No voy a olvidar el día que, en un restaurante de Alcobendas, mientras comíamos, le dije a mis padres que les había convertido en abuelastros:

-Tengo novio…

– ¿Ah, sí? ¿Y cóm…?

-Y vosotros una nieta.

-¿¡Cómo!? -me dijeron mirándome a la tripa (atravesando la mesa con los ojos para ver si se me notaba).

 

Era el mes de junio y creo que se llevaron un disgusto, pero no porque tuviera novio ni porque éste tuviera una hija, sino porque no estaba embarazada, algo que creo les hubiera puesto contentísimos.

La entrada de mi querida hijastrita en sus vidas también fue algo a puerta fría. Con estas cosas es mejor no andarse con rodeos. De todos modos, yo sabía que para mis padres no iba a suponer ningún problema. Para empezar, en alguna ocasión, ya habían dado por hecho que yo terminaría con un chico con hijos: «a estas edades la gente ya tiene mucha vida hecha», dijo en una ocasión mi madre. Además, debe ser cosa de familia, porque no era la primera nietastra, ni siquiera bisnietastra por ambas partes. En conclusión: que les enseñé una foto, me dijeron que era guapísima y, tras comprobar si el padre era un buen chico y yo le quería, que fue lo único que les importó, todos tan contentos.

Ya abuelastros, descubrieron Frozen… y la vida nos cambió

Desde el día que mis padres conocieron a mi querida hijastrita, ya nada en este planeta volvió a ser lo mismo. Es cierto que la niña se portó especialmente bien, porque a veces tiene accesos rancios (propios de la madre), pero ese día estaba contenta, por lo que ellos quedaron encantadísimos. Mi madre le regaló un glosito, un globo y unas joyas de Frozen… Hasta estuvo a punto de darle 5 euros porque la niña se empeñó en que quería un billete. Y claro, mi hijastrita se dio cuenta de que, si se lo curraba un poco, ahí tenía un filón. A partir de entonces, no ha habido más que consecuencias (no todas negativas):

  • Frozen everywhere: No ha habido visita que no le hayan traído algo para su colección de Merchandising de Frozen, por mucho que yo haya insistido en que no lo hagan. Ellos van a lo suyo. Le han hecho la colección de zapatos, bolso, guantes, set de maquillaje, corona… Y la niña, conocedora de este «braguetazo», no duda en sacar todas sus armas de seducción, no poniendo oposición alguna a la hora de darles todos los besos y abrazos que sean necesarios (algo que no suele hacer habitualmente).

 

  • Mi madre se bajó el Whatsapp: siempre había dicho que ella no necesitaba whatsapp porque no podía enseñar fotos de sus nietos, como sus amigas, por lo que infería que no lo necesitaba. Pero fue convertirse en abuelastra e instalárselo para que yo le enviara de vez en cuando alguna foto o algún vídeo de la niña que ve en bucle. Gracias a eso descubrimos que todos los miembros de la familia estábamos contentos con la niña menos uno: el perro, que cada vez que la escuchaba en un vídeo se levantaba corriendo y se ponía en tensión recordado las «palizas» que le da cada vez que lo ve y temiendo que estuviera cerca (mi hijastrita puede llegar a ser muy plomete).

 

  • Cualquier excusa es buena para venir a Madrid. Haciendo gala de su buen hacer (porque con mi hermano y conmigo han sido así), mis padres no dudan en coger los bártulos, hacerse 200 km de ida y 200 km de vuelta y plantarse en Madrid una tarde solo para que la niña pueda jugar con el perrito, al que adora, a la salida del cole (y de paso, ir de compras, pero bueno, esto es secundario aunque quieran hacernos creer que, en realidad, vienen de compras y ya aprovechan para vernos).

 

  • ¡Qué alegría vert..! ¿Y la niña, qué tal? El tema ha llegado a tal extremo que, cuando voy a visitarles, la primera pregunta tras los dos besos de rigor (porque en casa no somos muy besucones, excepto con la niña, que nos ha robado el corazón) es: ¿qué tal está la chica? (chica es un localismo para referirse a las niñas). Lo demás puede esperar.

 

  • Ya no nos podemos separar. Todo esto nos preocupa notablemente, especialmente a mi chico, que ya vislumbra que, como algún día nos separemos, va a tener que compartir la niña también conmigo y con mis padres XD.

 

  • Me he quitado un peso de encima: convertirse en abuelastros ha sido mano de santo para que dejen de hablarme de tener niños. Y no porque no les esté gustando la experiencia (que tampoco es que estén todavía muy inmersos, la verdad), sino porque ya con ella están tan contentos.

En fin, que las nietastras son un regalo para los abuelastros, aunque yo sé que, en el fondo, les sigue sabiendo a poco. Como algún día decidamos darle un hermanito, se van a volver locos y nosotros (incluido el perro) también.