35 años | Madrastra primeriza de una niña de 5 que me ha robado el corazón | Supernovata | Superviviente

Yo tenía una vida totalmente disoluta (disipada, diría, para que no suene tan brusco). Desde mi estatus de mujer joven, soltera, independiente y sin ataduras, comenzaba a ver con algo de estupor cómo mis amigas, una a una, iban quedándose embarazadas. Este fenómeno hormonal hizo que, poco a poco, comenzara a ejercer de “tía”, que es el nombre que adquiere esa amiga de mamá jovial y soltera y que ve cómo su vida comienza a experimentar cambios menores.

Tengo que reconocer que me gustaban estos nuevos bebés y, unas veces con más estoicismo que otras, sobrellevaba las nuevas temáticas de las conversaciones de mis amigas o asistía, tan divertida como fuera de lugar, a algún baby shower. Aun así, yo seguía con mi vida. Todavía me quedaban amigas solteras, amigas solteras sin hijos y amigas de amigas con las que hacer piña y que, más experimentadas, me mostraban su empatía.

En definitiva, todo a mi alrededor cambiaba, pero yo conseguía seguir igual: haciendo deporte, leyendo libros de forma compulsiva, llevando una vida de una mujer-soltera-sin-ataduras-ni-ganas-de-tenerlas y diciendo que jamás tendría hijos ni nada parecido.

Este era mi mundo hasta que un día llegó él. Con él, llegó ella. Con ella, llegó su madre. Y así fue como un día me vi convertida en una Mamadrastra (que no era, en absoluto, la mala del cuento, en todo caso la santa). Bienvenidas.