Poco a poco estamos diciéndole adiós a su lengua de trapo. Es más, últimamente tengo la sensación de que la niña crece por días y eso me va a costar la salud. Me resisto… me resisto a que deje de ser un bebé. Y cada vez que veo un síntoma claro de evolución,  siento un pellizquito en el corazón, aunque también me da alegría porque la veo crecer y eso es precioso.

 

Su lengua de trapo

Coquetina siempre ha sido una niña con una expresión verbal muy madura y siempre ha hablado por los codos. La conocí con tres años y controlaba a la perfección el paralenguaje, los tiempos verbales… Eso fue algo que siempre me llamó mucho la atención. No era una niña muy habladora con los demás, pero sí con quien tenía confianza.

Sin embargo, tenía esa lengua de trapo que a mí me enloquecía. Una lengua de trapo que ha tenido hasta hace nada y que me resisto a dejar ir.

Cuando conocí a mi mocoseta, su color favorito era el “rotsa” y si tenía que elegir una chuche, lo tenía claro: el “chique”. Le volvía loca “toro” lo “grillante” y las faldas de “güelo” y, si había algo que le daba miedo en este mundo era el “doltol”. A Coquetina le encantaba (y le sigue encantando) “pomer” y tenía muy claro que el botón “amarilo” del ascensor no se tocaba, porque podía venir la “polichsía”. Es más, se cabreaba con él (con el ascensor) porque cerraba sus puertas de repente. Así que le echaba la bronca diciéndole: «¡No «piles» a mi papá, que es bueno!».

Y así vivíamos felices. Yo le hablaba en su idioma y ella seguía cotorreando en el suyo y, a ratos, en otro parecido al suyo.

Pim, pam, toma Bacasitos

Sin embargo, un buen día, me rompió el corazón. Fue ese día en el que le dije que si comía bien pediríamos de postre helado con “bacasitos” y ella, frunciendo el ceñito, me dijo:

-¡Bacasitos no! ¡La-casitos!

¡Ras! Desgarrada.

Me hice la tonta y no quise insistir manteniendo esa estrategia de: si no le hago caso, se le olvidará. Pero no… aunque, en alguna ocasión me lo pasó por alto, lo tenía claro: esas pastillitas de chocolate que le gustan tanto se llaman Lacasitos.

Afortunadamente, conforme ha ido ampliando su capacidad de expresión, ha ido incorporando vocabulario e introduciendo nuevas expresiones que nos han dado muy buenos momentos. Hasta hace unos días, para ella era todo “feromenal”. Y, durante un tiempo, se empeñó en incluir los “por cierto” en las frases como le daba la gana:

-¿Qué prefieres? ¿Cremita o arroz?

-Por cierto, arroz

Sin embargo, a pesar de haber dicho adiós a su lengua de trapo, no hay que olvidar que todavía tiene cinco añitos y que aún quedan flecos de bebé. Por ejemplo, el otro día salió disparada gateando (porque le encanta gatear para salir huyendo cuando está contentísima y juguetona, y lo hace metiendo los piececillos hacia dentro). O también cuando se ríe con esas carcajadas que solo escuchas a los bebés.

A esos momentos me agarro cada vez que le suelto un “grillante” con la esperanza de que pase inadvertido y me corrige con gesto de Señorita Rottenmeier.

En fin, que ahora entiendo a mi madre que, aunque tengo casi cuarenta años, todavía me recuerda que cuando mi padre me preguntaba qué había cenado, le contestaba: «un bobo buabua» (un huevo pasado por agua).