El conflicto de lealtades es algo que se manifiesta en muchos ámbitos de nuestra relación con la peque, sobre todo en la relación que mantiene con su padre.

A pesar del estado de alarma, nosotros hemos seguido manteniendo las visitas, no sin poco esfuerzo. Mantenerlo implica, en este caso, que los intercambios se realicen en casa de la madre, una putadilla teniendo en cuenta que, habitualmente, nuestros intercambios se realizan en el colegio. En la casa de la madre se hacen los intercambios que corresponden a: días festivos, vacaciones, Día de la Madre, Día del Padre, cumpleaños… En estos casos, la recogida o la entrega de la niña se tiene que hacer en el domicilio familiar.

Tener que hacer de cuatro a seis intercambios a la semana es un horror para nosotros porque, a pesar de llevar seis años divorciados, los intercambios continúan siendo un circo. Gritos de madre coraje, peticiones de: ¡que te cuiden bien, hija! ¡Que no te maltraten, hija! ¡Si te sientes sola, mira a la luna, que mamá estará esperándote ahí! En fin, todo lo que hay que hacer cuando tu hijo sufre un conflicto de lealtades. O lo que es lo mismo, lo que haría cualquier padre o madre para que su hijo se vaya contento.

Conflicto de lealtades: 45 días buscando un beso

Desde que comenzó el estado de alarma y comenzaron los intercambios se ha venido repitiendo el mismo patrón que hay en todos los intercambio desde los inicios. La niña rehuye del padre, no le da la mano y se muestra esquiva con él hasta que la madre desaparece y ya todo es fiesta y jolgorio. Esta es una actitud que no tiene con la madre, a la que le da besos, abrazos y le dice que la quiere sin ningún tipo de problema, como debe ser.

Bien es cierto que, en un principio, pensamos que con intercambios casi diarios la tensión se rebajaría y la peque comenzaría a normalizar esta situación, pero no ha sido así. Ha mantenido la misma actitud a pesar de que su padre ha tratado de hablar con ella sobre la razón que le lleva a no darle un beso cuando se despide; ni siquiera a decirle adiós. Cuando aborda esta conversación la niña pone cara de lechuga y no sabe responder. Se limita a decir: «No sé por qué lo hago» y no podemos sacarla de ahí.

Ayer, tras hablar con ella la noche de antes, sí lo hizo. Le dio un beso a su padre al bajarse del coche. Me lo contó bastante fascinado y felicísimo porque, en nuestro caso, un simple beso es un mundo.

Hoy, sin embargo, ha intentado dar un paso más y, una vez más, nos ha quedado claro lo que significa esta situación para ella.

-Papá, ayer te di un beso… ¿te diste cuenta?

-Claro que me di cuenta, bonita. Me gustó mucho. ¿Y a ti?

-También

-También me gustaría que algún día me dijeras «Adiós», cuando tú puedas o quieras…

-Vale, te lo digo, pero cuando salgamos de casa, no en casa de mamá. ¡También puedo decírtelo sin que me oiga!

-Sí, también. Si tú te sientes mejor… Si te vas a sentir mal, no hace falta

Así que hoy, cuando la ha llevado a casa de su madre, se ha despedido de él dándole un beso y diciéndole al oído muy bajito muy bajito:

Adiós, Papi

«Adiós, Papi», dos palabras que ha tardado seis años en decir. Aunque haya sido a escondidas y en bajito es todo un logro.

En cualquier caso esto no hace más que reconfirmar la situación en la que se encuentra y el sufrimiento que tiene. Espero que llegue el día en el que sea capaz de decir «Adiós, Papi» sin tener que esconderse.