Se acercan las vacaciones y con ellas las temidas funciones escolares. Digo «temidas» porque la madre de mi querida hijastrita tiene una vena artística muy desarrollada (y una vergüenza muy escasa) y, si el evento se lo permite, no deja pasar la oportunidad de deleitarnos con una de sus fantásticas actuaciones estelares. Además, como buena macarra, se lleva de camarilla/guardaespaldas a su padre y a su madre (de un analfabetismo emocional que resulta pornográfico), y que como si hubiesen salido de una peli de Berlanga, no dudan en ponerse a gritar y a increpar al padre de su nieta siempre que tienen ocasión. Todo sea por demostrar que son una familia coraje, el padre de la niña un delicuente y su hija una santa.

Aunque todavía falta una semana y pico para que les den las vacaciones, ya hemos asistido a alguna función: graduaciones, extraescolares, días especiales… Y una vez más hemos vuelto a comprobar lo que hace tiempo llevamos observando. Por eso, me vais a permitir que en este post incluya unas palabras dirigidas directamente a «su madre, que soy yo», como a ella le gusta autodenominarse para hacer ver que es ella quien corta el bacalao.

 

Carta a #SuMadreQueSoyYo

Hace unos días tuvo lugar una de las funciones escolares de vuestra hija y, una vez más, volvimos a comprobar que la niña que nosotros conocemos no existe cuando está contigo. Por eso he decidido escribirte este post para presentarte a tu hija, la parte de tu hija que me gustaría que conocieras.

La niña que nosotros conocemos es una niña absolutamente feliz y que quiere con locura a su padre. Le cuida y le mima más que a su oso de peluche favorito, al que acuna con una dulzura pasmosa, al que protege de cualquier rayito de sol que pueda darle en los ojos. Le gusta besar y abrazar a su padre y, siempre que tiene oportunidad, me recuerda que su «papá es el mejor papá del mundo» y, por si lo he olvidado, me recuerda también la enorme suerte que tenemos por tener este papá. La niña que conocemos se siente libre de mostrar sus sentimientos: de hablar de su madre, de sus abuelos, de sus primos… Hablando de primos, también se divierte con sus otros primos (los primos por parte de padre) y es capaz de estar horas y horas jugando con ellos sin parar.

Además, le encanta que le lea cuentos antes de dormir mientras su padre se tumba al lado de ella en la cama y, cuando he terminado el cuento me dice: «deja la luz del pasillo, que le vea la carita a papá», y la veo dormirse mirándole a los ojos y sonriendo.

Nuestra niña (no lo digo porque sea mía, sino porque es la que yo conozco), se parte de risa cuando juega en la piscina con su padre y le encanta montar figuras de Lego con él. Cada vez le dibuja mejor y no duda en ponerle un lazo o una corona para hacerle todavía más importante. Cuando se pone malito le cuida y, como el otro día, se resuelve muy dispuesta diciéndole: «Papá, no te preocupes, túmbate un ratito y descansa», y acto seguido se pone a hacerle un dibujo lleno de corazones para que se recupere pronto.

Tu hija, esa niña que tú desconoces, lo primero que hace al despertarse es darle un beso y un abrazo de buenos días a su padre. Es esa niña que coge sus muñecos y, casi todas las mañanas, se va a la cama de papá para dormir un ratito con él. Es esa niña que quiere casarse con su padre, que se lanza besitos al corazón porque sabe que su padre siempre está ahí con ella, y que pasa por debajo de las mesa del restaurante para llegar donde está él, darle un besito, y de paso, vivir una mini aventura.

Por eso, resulta tremendamente doloroso presenciar situaciones como las que se dieron en la última función escolar y, más allá de tenerte ahí, como una mosca cojonera, interrumpiendo cualquier conversación padre-hija con cualquier pretexto, es doloroso ver el miedo que tiene vuestra hija a relacionarse con su padre cuando tú estás presente. Es doloroso ver cómo te mira para ver si la ves, para pedirte permiso; es doloroso ver cómo esos primos con los que puede estar horas jugando y riendo, se vuelven para ella auténticos desconocidos; es doloroso verla hierática, como una niña autómata; es doloroso, a la par que repugnante,  verte grabar estas escenas para intentar hacer creer que tu hija está incómoda con su padre.

Sin embargo, tengo que decirte que lo que estás haciendo no sirve de nada (más que para mermar su confianza en sí misma) porque, hasta ahora, y a pesar de tus esfuerzos, vuestra hija sigue queriendo a su padre con locura. Y, por el mismo motivo por el que le quiere tanto, y a pesar de estar comportándote como una auténtica analfabeta emocional, tu hija sigue queriéndote a ti también. Sigue haciéndolo y manifestándolo abiertamente porque, a pesar de todo lo que estás haciendo, su padre, a fecha de hoy, no permite que nadie diga nada negativo sobre la madre de su hija delante de ésta. Puedes imaginar que todos te tenemos atragantada y que tu comportamiento dista mucho de ser el de una persona racional y una madre responsable. Puedes imaginar, por tanto, que si tuviéramos que describirte difícilmente saldría de nuestra boca una palabra positiva sobre ti. Sin embargo, cuando vuestra hija está en casa, «mamá» es una más de nosotros y hablamos de mamá con total naturalidad. No te voy a mentir ni te voy a decir que te ponemos por las nubes porque sería faltar a la verdad y un acto de irresponsabilidad por nuestra parte porque no queremos que vuestra hija dé por normal ese comportamiento tan sórdido y repugnante que tienes, pero actuamos de tal modo que vuestra hija tenga libertad para querer a su madre y manifestarlo. Y para que sepa que nosotros no le damos a elegir entre papá y mamá, ni nos enfadamos aunque diga que te quiere. Ni tiene que sentirse mal por tener esos sentimientos.

Así que puedes estar orgullosa, «madre coraje» (y contigo toda la camarilla que te acompaña), porque estás criando a tu hija en el amor exclusivo hacia ti, y por tanto, en la hostilidad, en el temor, en el rencor, en el miedo, en la esclavitud emocional, en el chantaje… En todas esas cosas que te hacen crecerte para demostrar ante un juez que tu hija te prefiere a ti. Pero, ¿has mirado más allá de tu ombligo y te has parado a pensar el coste emocional que esto tiene para tu hija? ¿Te has parado a pensar que quizás debas respetar los sentimientos de tu hija? Espero que lo que estás haciendo sea producto de ese analfabetismo del que hablaba anteriormente (y seas por tanto una culpable inconsciente o involuntaria); y no fruto de esa estrategia perfectamente elaborada para alejar a tu hija de su padre y con la que te estás llevando por delante su infancia, sus sentimientos y su libertad.

La próxima vez, antes de darnos lecciones de madre coraje, párate y piensa que quizás deberías empezar a aprender a querer.

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