Una de las cosas de las que me he dado cuenta tras hablar con otras madrastras es la necesidad imperiosa que tenemos muchas de nosotras de proteger a nuestra pareja hasta unos límites inimaginables. Y eso es un error muy gordo.
Yo siempre he visto en mi marido a una persona a la que admiro muchísimo. Con una fortaleza e inteligencia emocional brutal; con una capacidad de gestión del estrés envidiable; con una madurez sentimental y relacional fabulosa… Veo en él a la persona en la que confiaría ciegamente para salvarme en caso de estar en una situación de vida o muerte. Sin embargo, siento una necesidad casi enfermiza de protegerlo frente a SMQSY e, incluso, de compensar en nuestro día a día situaciones que ha vivido en su matrimonio anterior y que le han hecho daño. Y sí, esto también es un error muy gordo.
Madrastra: eres su pareja, no su madre
Llegados a este punto, me pregunto: ¿Por qué siento la necesidad de proteger tanto a una persona que estar demostrando ser más fuerte que yo a la hora de enfrentarse a una situación tan difícil; que gestiona mejor que yo sus emociones, hasta el punto de poder desconectar del problema y no desatender sus otras necesidades (cosa que yo no consigo); que está demostrando tener una capacidad sobrehumana de autocontrol?
Pues no tengo ni idea, pero lo cierto es que mi instinto me lleva a protegerlo hasta tal punto que termino sufriendo yo más que él porque, por mucho que lo intente, hay cosas que no puedo evitar que ocurran; o sentimientos que no puedo evitar que tenga; o un dolor que no puedo evitar que sienta. Y esto me lleva a cometer errores gordos porque, mientras me centro en esto, me olvido de mí y me olvido de que yo también necesito cuidarme; y necesito poner en marcha técnicas que me eviten sentir más dolor; y necesito buscarme la vida para tragar y digerir rápidamente la última putada y poder estar lista para recibir a su hija al día siguiente con un abrazo, pero no un abrazo cualquiera: un abrazo sincero porque los cuatro nos merecemos eso.
Conforme he ido hablando con otras madrastras, me he dado cuenta de que muchas tendemos a esta sobreprotección. Y todas coincidimos en lo mismo:
-Él lo lleva mejor que yo
-Él se queda dormido en cuanto cae a la cama, pero yo no paro de darle vueltas
-¡Es que a veces parezco su madre!
Aprender de los errores
Uno de los grandes errores que yo he cometido, no como madrastra, sino como pareja de una persona con hijos, ha sido romantizar una situación dolorosa, como es la nuestra, y asumir que debe haber un sacrificio por mi parte mayor que el que tengo que hacer porque quiero seguir en esta relación y mantener en pie la familia que hemos montado juntos.
A veces me he olvidado de que, a pesar de que el problema que nos rodea y que rodea a mi compañero de vida es enorme, yo solo puedo acompañar y apoyar, pero no evitar. La mayor parte de sus problemas no puedo evitarlos y, además, son suyos y los tiene que gestionar él, como adulto que es. Yo puedo estar ahí mostrándole mi apoyo incondicional; facilitándole las cosas; comprendiendo su situación; diciéndole que se equivoca si así lo creo, pero no puedo pasarme la vida intentando evitar lo que no puedo controlar. Y tampoco puedo pasarme la vida intentando resolver esos problemas. Para mí supone un sufrimiento que no puedo afrontar.
Tengo que reconocer que me ha costado mucho aprender esto, pero lo he aprendido a raíz de nacer mi hijo, al ver que necesito estar bien para cuidarlo, protegerlo, sacarlo adelante y, sobre todo, mantenerlo al margen de esto, que no es fácil. Y cuando he visto que la única persona en la que confío 100% para hacer todo eso es su padre. Y si confío tanto en él, ¿por qué me vuelvo loca para protegerlo contra viento y marea como si fuera un niño? Es totalmente incoherente.
Cambiar el chip en este sentido ha sido un soplo de aire fresco y un descanso para mí. Ya no me siento culpable pensando que me mantengo al margen de su día a día porque sabe que si me necesita, estaré aquí. Ya no siento que le estoy fallando por no preguntar cómo ha terminado un asunto de turno con SMQSY porque, en realidad, querer saber me hace sufrir y prefiero mantenerme fuerte. He aprendido a distanciarme; a perfeccionar mi rol de observadora. En definitiva, a convivir con esta «enfermedad».
De un tiempo a esta parte me he permitido a mí misma echarme a un lado sin sentirme culpable y dejar que las cosas pasen (que «pasen» en el sentido de que «ocurran» y que «pasen» en el sentido de que terminen «solucionándose»). Y, desde este lugar, apoyarlo como siempre lo he hecho; dar lo mejor de mí cuando me pide opinión; y sacar la mejor versión de mí misma en el día a día para prevenir y solucionar mejor los conflictos con la peque.
Y, sobre todo, me he permitido recordarme que soy su pareja, su amiga, su amante, su compañera de viaje, su cómplice, su camarada, su compañera de equipo… pero no su madre.
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