Errar es humano, pero cuando tienes que tratar con un niño que tiene sus dificultades emocionales, te cuesta perdonarte.

Muchas veces escribo cosas en Twitter y la gente alaba mis respuestas o mis reacciones, pero no siempre es así. Tratar con mi hijastra es estar en un estado de alerta permanente y, ante cualquier situación, hay que hacer el ejercicio de pararte, pensar, organizar bien esos pensamientos e intentar expresarlos (respirando profundamente varias veces para no explotar entre frase y frase). ¿Resultado? Unas veces lo consigues y otras no. ¿Y qué influye en este éxito? Pues muchas cosas.

Consejos de su psicóloga para actuar con mi hijastra ante un conflicto

Dado el conflicto de lealtades que sufre mi hijastra y el papel que tiene la madre en esta situación, su psicóloga nos ha dado unas pautas a seguir que, si bien intentamos seguir, no siempre lo conseguimos.

No hablar de su madre jamás

Ni para bien ni para mal ni para regular. Es importante que no nombremos a su madre para nada. Esto es algo que hasta ahora hemos hecho mal porque incluíamos a la madre en las conversaciones con el fin de trasladarle que era bien recibida e intentar que tuviera confianza para hablar de ella con naturalidad. Pero ahora nos han recomendado que no hablemos de ella. Por supuesto, nunca mal; pero tampoco bien. Como si no existiera.

No hacer comparaciones entre las dos casas

Ante cualquier conflicto, que puede ser un enfado porque en esta casa no tiene algo que en la otra sí (o sí lo tiene, pero está enfadada y empieza a hacer comparaciones), romper ese mensaje. No comparar y simplemente reforzar la idea de que en esta casa las normas son estas y que es así porque la queremos; porque hacerlo así supone algo positivo para ella y es una forma de cuidar de ella.

Desmontar, desmontar y desmontar

Es importante desmontarle argumentos tóxicos, pensamientos enquistados… Es decir, hacerle ver que lo que dice no es cierto o que no está haciendo una interpretación adecuada de la realidad. Por ejemplo, cuando le dice a su hermano:

-Papá va a venir y te va a pegar si sigues así

Recordarle que Papá nunca le ha pegado a nadie, ni a ella ni a su hermano (de su madre no podemos decir nada porque no podemos nombrarla, pero la madre no para de decirle que le pegaba palizas de muerte), y que jamás lo haría.

Hablar, hablar y hablar. Escucharla y valorar su opinión

Aunque no podemos hablarle abiertamente de la situación que hay, es importante que no le mintamos y hablemos con ella razonadamente sobre las situaciones que generan conflicto. Es importante que se sienta escuchada aunque su opinión no siempre valga o se siga.

Dicho esto, ¿qué es lo que pasa en realidad? Que muchas veces todo esto se va a la mierda. ¿Por qué? Porque este conflicto es tan descomunal que la paciencia se resiente y es muy difícil respirar y pensar cómo tienes que actuar.

Errores de comunicación que cometo con mi hijastra

Así pues, hay veces que el día a día me supera y, en vez de responder adecuadamente, suelto un improperio y salgo por los cerros de Úbeda. Me acuerdo para mis adentros de todos sus muertos y cuando me calmo, me paso el día con un nudo morrocotudo en el corazón porque sé que me he equivocado.

Vamos, lo que le puede pasar a cualquier padre/madre, pero cuando no es tu hija y está en esta situación, todo se complica y duele más.

Ejemplo Práctico

Hace dos fines de semana se pasó desde el viernes al lunes diciéndonos que no le poníamos mascarillas buenas. Que le estaban grandes. Que no ajustaban. Que no eran las que tenía que llevar. Que se iba a contagiar de coronavirus… Cada vez que salíamos para algo, montaba el pollo.

Ante esto, las respuestas eran:

Son mascarillas infantiles, por lo que son de tu talla.

Las compramos en la farmacia. Están homologadas y te protegen totalmente.

Son las que consideramos que tiene que llevar.

Entiendo que sean molestas, pero hay que llevarlas.

Intenta ajustarlas más…

¿Qué pasa? Que el lunes estaba ya hasta las glándulas mamarias de escuchar que las mascarillas que le ponemos en casa no la protegen, y no solo eso: que no le poníamos sábanas calentitas; que no tenía ropa suficiente; que le cortábamos la ropa que trae de casa de su madre con tijeras… Y, claro, todo estalló cuando había que ir al cole y empezó con el runrún.

¡Es que estas mascarillas no protegen!

¡Yo no voy así al cole!

¡Es que no son como las que me compra mamá!

¡Las que protegen son las de las piñas, no estas azules!

Así que respirando profundo, le dije:

-Bueno, dinos dónde compra mamá las mascarillas y te compramos las mismas

-En los chinos.

En ese momento me quedé k.o. porque se juntaron varias cosas: primero, que su madre nos da la brasa constantemente con que ella protege a su hija del COVID mejor que nosotros simplemente porque le importa más que a nosotros (que no nos importa nada, según ella).

Segundo, que había comprado ese mismo fin de semana dos paquetes de 10 mascarillas en la farmacia para ella y me habían costado 20 euros.

Tercero, que ahora entendía por qué vienen las mascarillas deshilachadas y pensábamos que reutilizaba constantemente las desechables.

Y cuarto, que estaba hasta las narices de escuchar durante todo el fin de semana que en casa le damos lo peor y en casa de su madre lo mejor. Así que exploté. Exploté.

Exploté y solté un chorreo en plan:

¿En los chinos? ¿Me estás diciendo que te ponemos mascarillas malas cuando las compramos en la farmacia, que no son baratas por cierto, y las estás comparando con las de los chinos que, precisamente, lo que se recomienda es que no se compren ahí porque no están homologadas y no protegen lo suficiente? ¡Lo que me queda por oír! ¡En los chinos! ¡En los chinos!

Y todo esto en bata, como loca, poniéndole al niño la cazadora y con mi runrún.

Así que cuando se fueron, cerré la puerta y pasaron 15 minutos, además del cabreo por todo, tenía un nudo en el corazón brutal solo de pensar que la había cagado y que no había reaccionado como debía. Por que sí, que compre las mascarillas en los chinos por pura racanería, que es su caso, no por necesidad, fastidia. Y tener que escuchar constantemente que es la súper madre anti COVID cuando para entregarte a la niña le quita mascarillas y todo en plan: «ahí la tienes, ahora si se contagia es culpa tuya», fastidia. Y tener que estar todo el fin de semana escuchando que siempre le das lo peor, también fastidia y agota; pero yo no reaccioné como debía reaccionar y me dejé llevar por el cansancio, el hartazgo, el peso de los problemas personales…

En definitiva, que no todo lo hago bien ni siempre tengo tanta paciencia. De hecho, hago más cosas mal que bien porque, entre otras cosas, esta situación requiere un aprendizaje y una puesta a prueba continuos. Por eso, cuando pongo algunas cosas en Twitter y me reconocéis el buen hacer y la templanza, siempre me queda la cosilla de pensar que quizás penséis que siempre es así; o que os podáis sentir culpables en algún momento por no hacer las cosas con más calma. Y no. Todos perdemos los papeles muchas veces. Lo importante es darse cuenta y, la siguiente vez, contar hasta 526 antes de responder.

¡Ánimo con vuestras fierecillas!