Ayer coincidí en el cole con SMQSY. Es algo que me repatea especialmente porque, generalmente, mi marido recoge a los niños. Y, en muy contadas ocasiones, se encuentra con ella. Sin embargo, yo voy a recogerlos en ocasiones puntuales y ya me he encontrado con ella varias veces.

Ayer iba en el coche. Acababa de recoger al peque, que me iba contando sus historias del día. De repente, vi a SMQSY y a mi hijastra salir por mi izquierda, a algo más de 50 metros. Se disponían a cruzar la carretera sin hacerlo por el paso de cebra, por lo que SMQSY miró para ver si venía algún coche. Y voilà! Ahí que iba yo (puse dientes, dientes).

Tan pronto como me vio se abalanzó sobre mi hijastra como la señora del anuncio del Pronto en los 90 que se lanzaba para limpiar una mesa de veintitantos comensales de una pasada. Lo hizo con tanto ímpetu que la niña, que no se lo esperaba, se cayó a la carretera. La suerte tuvo a bien que el coche que venía por ese carril estuviera a unos 20 metros de ella y que a mi hijastra le diera tiempo a levantarse y subirse rápidamente a la acera. Sin dar tiempo a más, fue de nuevo a darle un abrazo. Si esto llega a ocurrir tres segundos después, la atropella.

Cuando vi la situación, frené de manera instintiva. Se me paró el corazón al ver que el coche venía hacia ellas. Y me dieron ganas de bajar la ventanilla y ponerla a parir. Pero aun así, seguí adelante, como si nada, perdiéndola de vista mientras veía por el retrovisor cómo se cercioraba de que estaba lo suficientemente lejos antes de aflojar el abrazo. Porque no era un abrazo de «¡Qué bien verte después de tantos días!». Era un abrazo súper sucio.

Esta táctica es una táctica que emplea siempre que coincidimos. Le hace el abrazo del oso, la aprisiona contra su pecho y así la niña no nos ve. No se da cuenta de que se lo puede ahorrar porque, aunque nos vea, no se va a atrever a decirnos nada. Le da pavor. De hecho, en alguna ocasión nos ha visto y ha fingido no hacerlo. Y si le decimos que la hemos visto, dice que ella a nosotros no; y si no le decimos nada, nos dice que nos ha visto pero contándonos una milonga.

Así que ayer volví con un nudo en el pecho en casa y bastante cabreada y triste y con un revoltijo de emociones. Y hoy, si como la vez anterior me dice:

-¡Ayer os vi en el coche a ti y al niño!

Le diré:

-¿Ah, sí? Nos dimos cuenta… ¡Qué pena!

Y dejaré que me cuente una historia que no tiene nada que ver con lo que ocurrió en esos segundos en los que nos cruzamos. Pero una historia de ese momento en la que, como las veces anteriores, su madre es una heroína o una tipa súper divertida porque es lo que ella quiere que oigamos: no que nos vio ni que tenía ganas de saludar a su hermano, sino que su madre es guay. Como la última vez que supuestamente su madre iba bailando por la calle cuando nos cruzamos cuando en realidad iba con su habitual cara de seta.