Hace unas semanas elaboré un post sobre por qué yo, que soy feminista, creo que el feminismo debe apoyar la custodia compartida. Ha sido uno de los post más leídos del blog y os doy las gracias.

Hoy voy a seguir hablando de este tema, aunque no sea el objetivo de este blog, porque tengo la sensación de que ha pasado de ser un tema social a un tema político. Y, es cierto que debe ser un tema político en tanto en cuanto afecta a los ciudadanos; pero ante todo, debe ser un tema social porque, si a algo afecta, es a ese tejido sobre el que se asienta la ciudadanía: el de la sociedad y sus valores; y que, en mi opinión, es algo mucho más profundo que un conjunto de ciudadanos regidos por normas políticas. De hecho, un conjunto de ciudadanos se regenera pronto, pero una sociedad no.

Custodia Compartida es igual a feminismo

En mi opinión, la custodia materna exclusiva se sustenta sobre una situación de desigualdad estructural que, de mantenerse, no hará sino seguir echando raíces. Durante las últimas semanas he oído a muchas madres decir eso de: «Custodia compartida sí, pero si se implican desde el principio». Y acto seguido hacían un listado de todo lo que han sacrificado desde que sus hijos nacieron, principalmente su desarrollo profesional. Yo entiendo este argumento porque partes de la base de que la madre lleva más tiempo cuidando al hijo y (pasando por alto posibles apreciaciones de salud mental que digan lo contrario), a priori, puede estar más «preparada» para cuidarle; y el hijo puede que sienta más apego hacia ella que hacia el padre, pero, ¿nos hemos preguntado por qué?

El otro día en Facebook una madre con un hijo de dos años comentaba una noticia sobre la custodia compartida con este mismo argumento y relataba que era ella quien lo llevaba al médico, quien le hacía la comida, quien jugaba con él… Decía que el padre volvía a las mil y cuando llegaba ya se lo encontraba hasta bañado y solo le daba el beso de buenas noches. Por eso, no veía lógico que, teniendo esto en cuenta, y el sacrificio que ella había hecho para cuidar de su hijo, ya que había reducido su jornada tras un año de excedencia y era la principal cuidadora, en caso de divorcio le impusieran la custodia compartida.

Yendo por delante que yo no considero que tener la oportunidad de criar y ver crecer a tu hijo pueda plantearse como un sacrificio y que veo un matiz bastante importante entre «preferente» e «impuesto», me sorprendió su planteamiento porque en su exposición se quejaba de la desigualdad que sufría (en sueldo, oportunidades laborales…) por ser madre, pero al mismo tiempo defendía un planteamiento que alimentaba esa desigualdad.  No he podido recuperar mi respuesta, pero intenté explicarle por qué, desde mi perspectiva, ella había podido cuidar a su hijo gracias a una desigualdad estructural.

  • Ella había dado a luz y había tenido cuatro meses de baja por maternidad frente a los quince días que en su momento tuvo el padre (ahora un mes). Primera desigualdad. 

 

  • Entiendo que la decisión de que ella cogiese un año de excedencia fue una decisión consensuada con su pareja (no impuesta por su pareja, por lo que narraba) en la que tendrían en cuenta, entre otras cosas, si tenían pulmón económico para hacer frente a esa excedencia. Habitualmente la coge la mujer para continuar con la lactancia y porque, debido a la brecha salarial, la economía familiar se resiente menos si prescindimos de nuestro sueldo. Segunda desigualdad.  

 

  • Ella se incorpora al trabajo con reducción de jornada. Podría haberse incorporado con jornada completa y seguir alimentando su carrera profesional, pero decide esta opción (validísima) bien porque no quieran dejar a su hijo en una guardería tanto tiempo, bien porque prefiera o desee ver crecer a su hijo (aunque solo sea por las tardes), bien porque no le compense pagar una guardería a jornada completa… Por el motivo que sea: todos son válidos. Supongo que, al igual que en la decisión anterior, consensuarían si pueden permitírselo y lo elegiría ella porque, una vez más, la economía familiar se ve menos resentida (más allá de lo que pueda ocurrirle a un padre que solicitara una reducción de jornada para cuidar de su hijo. Lo más probable es que le despidieran, pero eso es otro tema). Tercera desigualdad. 

 

  • A partir de entonces, la madre sale de la oficina a las 14.00 h, recoge al niño, mientras se echa la siesta, limpia; luego le da la merienda, hace la compra, le lleva al parque o a la revisión con el pediatra, ha jugado con él, le baña y, cuando llega su pareja masculina a las 20.00h, este solo le puede dar el beso de buenas noches. Cuarta desigualdad. 

Nos plantamos en los dos primeros años de vida de este niño y, efectivamente, la madre ha cuidado más del niño porque, arrastrada por una serie de desigualdades estructurales (aunque lo haya hecho encantada porque no conozco a ninguna madre (ni padre) que se dé latigazos porque tenga que cuidar a su hijo pudiendo estar trabajando), ha sido la más «idónea» para hacer todas estas cosas.

Igualmente, durante ese tiempo su pareja también ha estado sacrificando algo que no ha sido su carrera profesional, pero sí la oportunidad de ver crecer a su hijo, de cuidarle, de llevarle al parque, de darle la merienda, etc. gracias a esas desigualdades estructurales que hacen que se mantenga como el (ranciamente llamado) «cabeza de familia» y, por tanto, la principal fuente de ingresos.

¿Y qué pasa cuando a los dos años te divorcias? Que, efectivamente, «gracias» a esas desigualdades, la madre ha pasado más tiempo con el niño y le ha cuidado más en su día a día, éste tiene más apego por la madre y el padre ha pasado menos tiempo con el hijo, lo que no quiere decir que no esté capacitado para cuidarlo (¿o acaso la madre, por ser mujer, ya nació enseñada?) o que el niño no pueda desarrollar ese apego si tiene la oportunidad de pasar el mismo tiempo con su padre que con su madre.

Custodia compartida, un paso hacia el futuro

En mi opinión, la custodia materna exclusiva es algo que nos mantiene anclados en el pasado. En esa época en las que a las mujeres se nos educaba para parir y para cuidar del marido y vivir dependiendo económicamente de él toda nuestra vida. Pero ahora no, ahora tenemos la oportunidad de quitarnos de encima este Síndrome de Estocolmo y comenzar a cambiar roles y enterar esa cultura heteropatriarcal que nos asfixia a nosotras y a ellos. Y decir que sí, que queremos la igualdad en todas sus vertientes (las duras y las maduras) y que queremos formar una sociedad en la que nuestros hijos y hijas sean corresponsables y disfruten de su derecho y su deber de criar a sus hijos; y donde los hijos tengan el derecho a ser cuidados por ambos progenitores.

Otra cosa es que estemos «cómodas» en esta desigualdad porque haya algo que supere nuestro deseo de conseguir la igualdad, y eso sea el placer de criar, cuidar y ver crecer a nuestros hijos. Pero eso no es exclusivo de la mujer, eso es algo natural en el ser humano. Y hacerlo adecuadamente, desde la igualdad y sin manipulaciones, ya es un acto de responsabilidad, honestidad y respeto con uno mismo, con nuestras parejas y con nuestros hijos. Eso sí, en ese caso, no saquemos a relucir el comodín del micromachismo, por favor, que no está el tema como para torticerismos.

 

NOTA: ¿Os habéis preguntado cómo hubiese sido la historia de la chica de Facebook y su hijo si su pareja hubiera tenido la misma baja que ella, ambos tuvieran la misma proporción salarial, las mismas oportunidades de conciliación laboral y tuvieran la oportunidad de cuidar ambos de su hijo?

¿Y os habéis preguntado qué pasaría si las empresas se vieran obligadas a tratarnos a todos por igual, a mejorar nuestras políticas de conciliación familiar, a tratar por igual nuestras carreras y oportunidades laborales; a medirnos por las mismas capacidades y por la misma posibilidad de respuesta porque la responsabilidad de un hijo (durante y después del matrimonio) fuera cosa de ambos progenitores y no principalmente de la mujer?

Que la igualdad estaría asentada en nuestro tejido social y podríamos felicitarnos por haberlo conseguido.

 

Pd. Esto no quiere decir que no haya mucho caradura. Lo hay (como también muchas señoras irresponsables en su maternidad, por cierto). Pero en ese caso no tendría sentido que se cuestionase este tema desde un punto de vista de género porque la cara dura y la irresponsabilidad es algo que está presente en todos los géneros y convertirte en madre o padre no te la pone blanda.