-Oye, Fulanita, ¿te has peinado hoy?

 

Me ha dicho un compañero del trabajo nada más verme. Me he tocado el pelo como se lo toca mi madre cuando le digo algo parecido y con extrañeza porque sí, hoy me he peinado. Otros días no, pero hoy sí.

En ese momento le he echado un vistazo rápido. Su camisa totalmente planchada. Picos impolutos. Todavía olía a after shave. Inmaculado. Y sin hijos. Sin hijos ni hijastros.

 

-Sí, claro que me he peinado. Concienzudamente, además.

 

Quienes no tienen hijos ni hijastros no saben lo que es cerrar la puerta de casa y dejar su interior como si hubiera pasado un tropel de Caminantes Blancos. Los 40 minutos que pasan desde que le dices por primera vez que se vista hasta que sales para el cole, son un agujero de gusano del que rara vez sales indemne.

Hoy voy a contar cómo ha sido nuestra noche y nuestra mañana. Qué ha pasado en la vida de esta madrastra desde que anoche acostó a su hijastra hasta que hoy ha salido por la puerta de casa, aparentemente sin peinar.

 

20.20 h. Cena, dientes, cama y… Papiiiiiiii, Mamadrastraaaaaaaa, Papiiiiiiiii

Ayer, esta que escribe, estaba hasta las gónadas de día. De día y de semana. No ha sido una semana fácil porque se ha ido una persona a la que quería mucho y a la que querré siempre. Cuando llegó la hora de la cena estaba para que me dieran los Santos Óleos. Demasiado curro y demasiadas emociones.

El menú: fruta, sopa de cocido y pescado. Gallo. Un gallo con cabeza. Puaj. Pero bueno, no me voy a detener en eso. El caso es que la niña no tenía hambre. Se comió la fruta, la mitad de la sopa, dos trozos de gallo y yo, como hacía mi madre desde el automatismo que te da estar con la mente en otro lugar, me comí mis guisantes y su gallo restante.

Tras esto llegó la hora de lavarse los dientes y el ratito de juegos (de juegos que es más bien el ratito de: “Voy a liar a Mamadrastra a ver si retraso la hora de irme a la cama”). Su padre se rindió y a mí me tuvo haciendo el canelo unos minutos. Risas. Risas. Risas… hasta que llegó la hora de dormir. Mi chico le da la buenas noches. Viene a buscarme con un peinado de panoli (que le ha hecho mi Pequeña Dictadora y con el que ella cree que va a enamorarme todavía más) para que se las dé yo:

-¿Cuánto te quiero?
-No sé, pero sé que un montón.
-Un gran montón.
-¿Te peino para que te vea guapa papá?
-Venga
-Ya está. Te quiero. Buenas noches.
-Buenas noches.

 

Eran las 21:22 h y mi chico ya estaba derrotado en la cama.

 

Silencio. Terrores Nocturnos. Agua. Pis.

A las 21:22 h. estábamos los dos en la cama. Agotados. Yo no hacía más que pensar: “Si tuviera que cumplir ahora con los deberes maritales me tiraba por un barranco”.  Aprovechamos para hablar de nuestras cosas.

En menos de una hora, terror nocturno. Me levanto como una madrastra exaltada, adelanto al padre por la derecha. Besitos. Abrazos. Visiones. Susurros… Y un ratito ahí hasta que se vuelve a dormir.

Retomamos el sueño y, a no sé qué hora:

 

-Papiiiii, ¡quiero agua!
-La tienes en la mesa, quítale el tapón y bebe…
-Noooo… ven tú.

 

Va él. Me desvelo. Me acuerdo de su madre. Me vuelvo a dormir. Y pasan las horas…

 

-¡Quiero pis!

 

Me levanto como un resorte acordándome del Patíbulo de Roma y como una madrastra malvada me juro a mí misma que es la última vez que cedo a sus peticiones de hacerle sopa de cocido porque luego se me mea viva. Veo que su padre se estaba levantando también (pero en estas cosas siempre le gano).

 

-No vayas tú, descansa -me dice.
-No, descansa tú…

 

Entro en la habitación y me transformo en una adorable madrastra.

 

-¿Qué te pasa, mi vida?
-Quiero pis.
-Venga, vamos a hacer pis…

 

Se pone a hacer pis. Rezo a los cielos para que no diga que caca. Los cielos me escuchan y volvemos al cuarto.

 

-Venga, a dormir. Te quiero, mi vida.
-Te quiero mamadrastrina.

Vuelvo a la cama. Me desvelo. Me acuerdo de su madre.

Me duermo y, de repente, ¡los despertadores! Tengo ganas de llorar. Me abrazo a su padre, que está todavía en estado catatónico. Establecemos una lucha para ver quién se levanta antes a ducharse, porque tenemos una de las duchas rotas y hay que compartir (mañana le diré que nos duchamos juntos -Mmmm-).

Termino diciéndole que yo paso, que me voy a lavar a trozos como los gatos (todo sea por estar cinco minutos más). Y cuando ya me he lavado, ya me he vestido, ya me he maquillado y estoy buscando unos calcetines en el más absoluto silencio…

-¡Buh!
-¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!

Entra por sorpresa mi Pequeña Dictadora en la habitación dándome un susto de muerte y pidiendo la tablet. Ni buenos días ni leches. Le doy la tablet, pero antes pido besos y abrazos varios como una madrastra chantajista. Me la como a besos y pienso en lo chulo que es el calorcillo y el olorcillo que desprende por las mañanas. Se me pasan todos los males y me pongo más feliz que una perdiz.

 

¡Nos vamos al cole!

A partir de ahí todo ha sido un Gran Prix.

 

-Vístete, vamos…
-Tu padre te ha dicho que te vistas
-¡Cierra eso y vístete!
-No, esos pantalones no, que son de chico.
-No hay cosas de chicos ni de chicas
-Sí las hay
-¡Que te vistas!
-Con Papá tonterías no, ¿eh? Ponte los pantalones.
-¿Haces tú las tostadas?
-Ok, haz tú el tentempié.
-La cara, lávate la cara…
-No me quiero peinar!!!
-¿Quieres que te coman los piojos? Límpiate bien los mocos.

 

Le cuento una historia mientras la peino y su padre hace el desayuno y el tentempié. Desayunamos.

 

-No quiero cola-cao
-Tienes que tomar leche…
-Jo… no quiero! Hoy no!

 

Desayuna. Desayunamos. Me llegan tuits a tutiplén…

 

-Me voy chicos!
-Nooooooooo! No te vayas. Besitos. Besitos.

 

Besitos. Salgo pitando. Besitos desde el ascensor. Sale al ascensor. Ay, que el suelo está frío. Se sube encima de mis zapatos.

 

-Llévame hasta la puerta, que el suelo está frío.

 

La llevo como una pringada. Besitos. Besitos. Abrazos. Te quiero. Te quiero. Me despido andando hacia atrás, porque hay que responder a todas sus monerías. Me doy un golpe con la esquina de la pared. Se despicha. Me despicho. Te quiero. Te quiero. Te quiero.

Se cierran las puertas del ascensor y silencio. Y atrás han quedado las camas sin hacer. El baño sin recoger. Los pijamas por el suelo. Las tostadas descomponiéndose en el plato. La niña en calcetines. El padre desayunando en corbata y dejando todo listo (libros, ropa, tentempiés y mochila) mientras le dice: los dientes y al cole, cálzate y al cole, y resuelve movidas del curro con las que empezar el día.

Hoy no ha habido despedida tranquila y romántica en el ascensor, pero menos mal que nos ha dado tiempo, entre todo este jaleo, a darnos un abrazo corto, pero eterno, de buenos días.

Y, a todo esto, yo sin peinar.