Los festivales de fin de curso son un quebradero de cabeza para muchos padres y madres divorciados. Entre otras cosas porque tienes que «convivir» no solo con tu contrario, sino con toda su familia, durante un par de horitas. Probablemente si vuestros festivales siempre terminan en un chocho, sepáis a qué me refiero.

El fin de los festivales presenciales de fin de curso ha sido para nosotros lo mejor que ha dejado esta horrible pandemia. Atrás quedaron esas tardes de angustia en las que #SMQSY acaparaba a la peque para que no se acercara al padre; o interrumpía cualquier acercamiento.

Ahora se celebran a puerta cerrada, nos pasan la grabación y ya no tenemos que volver a soportar al padre de #SMQSY importunando a los otros abuelos o a mi marido; o grabándoles o haciéndoles burla para provocar. Tampoco tenemos que soportar las persecuciones en coche de los tres (abuelo, abuela y #SMQSY) para ver dónde vamos tras la función…

En definitiva, que adiós muy buenas.

Festivales de fin de curso tormentosos

Sin embargo, en nuestra memoria quedan algunos festivales de fin de curso que han pasado a la historia, como uno en el que #SMQSY salió corriendo detrás de mi chico, que se metió al vuelo en mi coche, como las celebrities de los 90, mientras gritaba:

¡Te llevas a mi hija, se lleva a mi hija, auxilio!

O ese otro en el que, en el festival de natación sincronizada le acusó a voz en grito de estar grabando niñas en los vestuarios porque era un pedófilo. Aquello fue muy bonito, sí…

O aquel otro en el que salió con el coche a perseguirnos y terminamos despistándola por una salida de la M-30.

El festival de baile

Pero si hubo un festival en el que dio el do de pecho, ese fue el festival de baile.

Mi hijastra va a clases de baile desde hace unos años. Le encanta. Como es la extraescolar que elige mi marido, supondréis que ir a baile es algo absolutamente perjudicial para la niña. Por eso, la madre siempre ha puesto trabas para que la curse y, por supuesto, para que participe en el festival.

Ese año, tras muchos correos, finalmente participó. El padre corrió con los gastos del traje, que era uno de los motivos por los que la madre puso el grito en el cielo (creo recordar que eran 20 euros), le hicimos su moño y ¡a bailar! Todo iba bien hasta que llegamos al cole. ¿Imagináis quién estaba en la puerta esperando? Efectivamente.

#SMQSY estaba esperándola en la puerta, pero no para desearle que se lo pasara bien; ni para decirle que está deseando verla bailar, sino para poner pegas al moño que, por supuesto, lo había hecho una servidora.

Así fue como haciéndose la despistada en plan:

«Voy a ver si puedo arreglarlo, no sé yo… no sé si llevaré por aquí algo…»

…sacó del bolso lo que todas llevamos en nuestro bolso: horquillas de moño, una redecilla, un postizo de espuma, peine, laca… y se puso a peinarla en la puerta del colegio, a toda la solanera, mientras compartía su situación con las demás madres que, en función de su cociente intelectual, miraban con admiración hacia esa pobre madre coraje o con estupor por el numerito (en el curso de la niña hay dos madres súper tontas que siempre han apoyado estas cosas y amenizaban la función que estaba protagonizando la amiga).

Mientras tanto, obviamente, decía cosas como:

Ahora sí que vas a ir guapa y bien peinada, preciosita mía.

Menos mal que mamá está siempre en todo porque si no…. ¿Qué pasa si no, ternurita, eh?

Y así fue como la peinó, la cogió de la mano, la metió al festival y, tras bailar, se la llevó a su casa sin dejarle que se despidiera del padre. Y, desde entonces, peinarla siempre supone un drama porque no se hace paso por paso como lo hace su madre.

Por lo tanto… Funciones escolares presenciales… ¡Con Dios!

(Por cierto, el traje se lo quedó)