Anoche nos acostábamos con un mensaje bomba de una de las madres en el whatsapp de clase:

 

-Susi tiene piojos -me decía mi chico como si le hubiera caído una bomba de hidrógeno.
-Pues nada, ya la tenemos liada.
-Sí, porque si no, no nos sentimos bien.

Este año los piojos, que para mí siguen siendo en gran misterio de la humanidad y por eso tejo teorías conspiranoicas alrededor de ellos, han llegado a nuestra vida antes que el primer catarro del curso. Esto no sé si es bueno o es malo, pero que tras dos semanas de clase ya tengamos un caso de piojos, aunque no sea el nuestro, me da un perezón terrible. ¿Por qué? Porque esto significa que el próximo conflicto paranormal está a punto de hacer su aparición.

 

Los mundos paranormales del divorcio contencioso

En el mundo del divorcio contencioso con hijos, cualquier cosa que para cualquier familia puede ser normal o que durante el matrimonio era normal, se convierte en una peli de terror y en un conflicto insalvable. Esto aplica a numerosos aspectos. Por ejemplo: Si durante el matrimonio los abuelos paternos iban algún día a recoger al niño al cole, no pasaba nada. Era normal porque en este país es imposible la conciliación familiar y laboral.

Ahora bien, si tras el divorcio, los abuelos paternos van algún día a recoger al niño al cole, se monta un pifostio terrible porque el padre se desentiende de sus responsabilidades.

Lo mismo ocurre con los piojos, los catarros, las pupitas, las conjuntivitis e incluso con las picaduras de mosquito. Porque si hay dos reglas que rigen cualquier divorcio contencioso con hijos es:

El padre hará todo lo posible por torturar a los hijos con saña mientras la madre sufre y grita al vacío.
Todo mal, desde un suspenso hasta un esputo catarral, tendrá como origen al padre y su entorno.

 

Los piojos llegarán a casa en 3, 2, 1…

Desde que se divorciaron los piojos han estado en nuestra vida de forma presente u omnipresente. Todavía recuerdo hace tres años cuando #SuMadreQueSoyYo se empeñó en tres cosas:

Que la niña tenía piojos
Que su padre lo sabía y se lo había ocultado a la madre.
Que le estábamos poniendo un tratamiento tremendamente agresivo a escondidas

 

De nada sirvieron los intentos de mi chico por decirle que:

Que la niña no tenía piojos.
Que, en caso de que los tuviera, no había razón para ocultárselo a la madre.
Que, al no tener piojos, no se le había puesto ningún tratamiento.

 

Sin embargo, ella, como siempre, no se lo creía y prefería montar una fantasía en la que los piojos que la niña tenía eran como Godzilla (el otro día hablaba de este tema y de lo poco que podemos hacer cuando se empeñan en montarse un drama).

Recuerdo que estuvimos un par de días, coincidentes con un fin de semana con ella, recibiendo mensajes en los que decía:

Lo enormes que eran los piojos que tenía
Lo resistentes que eran por el tratamiento que le habíamos puesto a escondidas
Lo malvado que era el padre por haberle ocultado esos piojos (que por lo que describía debían ser más parecidos a cucarachas americanas).
Y lo más importante:

lo peligroso que era para la salud de “la menor” ponerle un tratamiento sin el conocimiento y consentimiento de la madre y que luego la madre, sin el conocimiento del tratamiento anterior, le pusiera otro tratamiento que podía tener serias consecuencias en el cuero cabelludo de “la menor” y por tanto en su salud.

 

(El recurso  de “la menor” es muy habitual cuando quieres ponerle dramatismo y tintes judiciales al asunto”).

Tras dos días de empacho a whatsapps de temática piojeril, llegó la niña a casa, le preguntamos si le picaba o si le había picado la cabeza en algún momento. Y ella dijo:

No.

80 «noes» por las 80 veces que le preguntamos. Era obvio: ni había tenido piojos ni tenía piojos, pero su madre terminó erigiéndose como experta en desinfestación de piojos y liendres y, con ello, madre amantísima y merecedora por méritos propios, y a pesar de tener al mundo en su contra, de la Custodia Exclusiva.

Así que este año veremos qué ocurre y cuánto tarda en coger imaginariamente la piojera del siglo. Piojera de la que solo podrá librarla su madre que será la única que la vea, que la trate y que la elimine mientras se encarga de dejar por escrito cuánto le gusta al padre maltratar a su hija dejando que vaya por la vida con un festival de piojos en la cabeza.

Y con cada piojo que mate y cada liendre que elimine, dará un paso más hacia el perfeccionamiento de su rol y el trono definitivo de Madre Custodia.

Ay, dios mío.