A veces, leyendo Twitter, tengo la sensación de que doy una imagen que no es real. Quizás porque escribo muchas veces desde el humor o hago humor con nuestro día a día, da la sensación de que soy súper fuerte, que tengo todo bajo control y que sé qué decir y hacer en todo momento, pero no es para nada así.

Suelo recibir mensajes de madrastras que se sienten pequeñitas cuando me leen; que piensan que ellas querrían hacerlo así, pero el día a día es una riada que se las lleva arrastras. Sienten que no son lo fuertes que deberían ser y que querrían ser como yo porque a mí sí me consideran fuerte. Y eso me hace pensar que me estoy equivocando a la hora de seleccionar lo que publico porque, ni soy tan fuerte ni hago las cosas siempre bien, ni nuestra vida es tan chachi.

El ser humano tiene una capacidad de adaptación brutal y todos, antes o después, nos acostumbramos a convivir y sobrevivir en nuestras circunstancias. Y para sobrevivir tenemos que ser generosos con nosotros mismos.

Como madrastra te sientes culpable

Es imposible pensar que podamos tener una vida ideal cuando convivimos con un niño que tiene un problema derivado de una alienación parental o que sufre un conflicto de lealtades. El día a día puede llegar a hacerse muy duro, a veces rozando la pesadilla, con el agravante de que el problema de estos niños está invisibilizado para una parte de la sociedad.

Supongo que, cualquier padre/madre que esté viviendo esto, se sentirá perdido, frustrado, asustado… Sin saber cómo ayudar a su hijo. Las madrastras tenemos un plus y es que, al final, esos niños no son nuestros niños. Por mucho que les queramos incondicionalmente, por mucho que los hayamos criado… el dolor que sentimos no llega a arrancarnos el corazón de cuajo, como a su padre. Y eso, quieras que no, nos proporciona una óptica diferente; a veces, enfrentamientos con nuestra pareja; o incluso la creencia de que nosotras lo sabríamos hacer mejor en su situación (qué tontería!); y hace también que, a veces, nos planteemos cosas como:

¿Merece esto la pena?

¿De verdad tengo que aguantar todo esto?

¿Lo estoy haciendo mal por no responder de forma amorosa y querer mandarlo todo a la mierda?

¿Soy una madrastra malvada porque, ahora mismo, mandaría a este niño con su madre?

¿Quiero menos a mi pareja porque, despu´és de lo que pasó ayer, no me apetece hablar con su hijo?

Llegados a este punto yo me pregunto:

¿Qué es exactamente hacer las cosas bien en esta situación?

Nadie lo sabe. No hay un manual que demuestre qué está bien o qué está mal porque depende de decenas de factores. Cada familia es un mundo; cada niño es un mundo; cada progenitor es un mundo; y cada madrastra es un mundo. No hay reglas que sirvan para todo el mundo.

Mi madrastridad, mis reglas

Yo me he propuesto no sentirme culpable por las cosas que hago. A veces acierto; otras no. No tiendo a justificar mis errores, pero tampoco a flagelarme. Tengo claro en qué tablero estoy jugando y lo difícil que es. Me permito equivocarme; me permito sentir emociones que quizás no me gustan o que me asustan, pero simplemente las dejo pasar. Intento no atormentarme porque un día me sienta dolida por lo que ha hecho mi hijastra y no me apetezca abrazarla, por ejemplo, aunque eso no evita que tenga un disgusto descomunal. En definitiva, me permito no tener que poder con todo.

Nosotros tratamos de seguir las indicaciones de la psicóloga a la hora de afrontar los conflictos, pero claro, ella nos habla desde su despacho; con la distancia que eso confiere. Es como si te mandan a la guerra y previamente han hecho una sesión en la que te dicen:

Querido soldado, si no quiere que le impacte una bala, salte a la trinchera. Cuando el sonido haya cesado, intente asomarse despacito. No olvide ponerse el casco. Tenga siempre el arma preparada para apuntar y, abra bien las orejas porque, recuerde: no tiene ojos en la nuca y, el enemigo, puede estar apuntándole por la espalda.

Al final, por muchas indicaciones, quien está en el campo de batalla y quien tiene que sortear las balas eres tú. Y, cuando no sabes por dónde te vienen, sirve de poco; así que te centras, como buenamente puedes, en sobrevivir. Y habrá días que estés con fuerza y pienses que te puedes comer el mundo; y otros, que estarás sin ellas porque también tienes que afrontar otros problemas… Habrá días que se te olvide ponerte el casco; y días que digas que ojalá te impactara una bala y se acabara todo. Y esto es normal.

Así que, no, nuestra vida no es fácil; ni respondemos siempre con las palabras adecuadas, ¡ojalá!; ni mi vínculo con mi hijastra está a prueba de bombas… para nada. Pero la he criado desde que tiene tres años y la quiero como, probablemente, ella nunca llegue a saber. Y, con mis aciertos y mis errores, avanzo con el objetivo de intentar que sea un poquito más feliz y sin perder la esperanza de que se haga Justicia (a este paso divina) y pueda llegar a descubrir, desde sus propios ojos, el gran padre que le ha regalado la vida. Y actúo con ella como hago con mi hijo con quien, por cierto, tampoco hago siempre las cosas bien; y a quien muchas veces mandaría con los abuelos sin dudarlo jajaja. En fin.

Un abrazo a todas. No os sintáis pequeñitas y… vamos a permitirnos equivocarnos, flaquear o, si así lo hemos decidido, salir corriendo y decir adiós porque, como diría Massiel, la vida es ancha, amigas.