«Medio hermano»

Créeme si te digo que estaba preparada para este momento. Sabía que antes o después lo harías. Sin embargo, la vida tiene ese punto ciego que te hace pensar por unos momentos que quizás no.

Hace un tiempo tu hija nos informó de que su hermano no es su hermano, sino su medio hermano. Tanto su padre como yo nos quedamos petrificados. Sabíamos que no podía haber llegado a esa conclusión ella sola, por eso no nos sorprendimos cuando dijo que eso era así porque se lo había dicho mamá; y también los yayos; y también sus tíos… Su madre, que eres tú lamentablemente, le ha dicho que ese niño con el que está tan ilusionada, en realidad, no es su hermano.

Supongo que cuando le informaste de tamaña industria te quedaste muy a gusto, quizá satisfecha por reafirmar tu posición y anclarla en lo que tú consideras vuestra familia, que sois ella y tú. Solas (lamentablemente de nuevo).

No voy a entrar en lo que te hace actuar así, ni siquiera voy a intentar averiguarlo ni preguntármelo ni ponerme en tu lugar. No lo haré porque entrar en la maraña de tu mente es algo que dejo para el especialista que quiera torear en esa plaza. Pero sí te voy a decir algo y te lo voy a decir, ahora sí, de madre a madre:

Creo que ya es hora de que empieces a ser, no una buena madre con tu hija porque el término «buena madre», visto lo visto, es bastante laxo y subjetivo; pero sí es hora de que empieces a ser una buena persona y la trates desde ese ángulo, que parece ser que está más definido.

¿Te has parado a pensar qué perseguías el día que le dijiste que no, que ese niño al que ella trata como su hermano no lo es porque no es hijo tuyo también? ¿Querías aclarar una cuestión semántica? ¿Querías castrarle un sentimiento que ha nacido en ella y con el que está encantada? ¿Querías, quizás, alejarla de esta nueva «amenaza» que ha nacido en nuestra casa? ¿O querías simplemente quedarte tú, con tu ego y tu despecho, tranquila?

Para que veas lo absurdo de tu comportamiento, te pondré un ejemplo paralelo: tu hermano tiene un hijo adoptivo y, tanto para él como para su pareja, es su hijo; y tanto para ti como para tu otra hermana, es vuestro sobrino; y tanto para tu hija como para tus sobrinos, es su primo; y como hermano le tratan y se dirigen a él sus otros hermanos; y como un nieto más lo tratan tus padres. ¿Te has parado a decirle a tus sobrinos, cuando se refirieren a él como «hermano», que no, que ese niño no es su hermano? ¿Te paras a aclararle a tu hermano, cuando se refiere a a él como su hijo, que no, que ese niño no es su hijo? ¿Hablas de él como tu «sobrino adoptivo» para dejar patente que no, que ese niño no es 100%, ni siquiera 50%, de vuestra sangre y que no es como el resto de tus sobrinos? ¿Lo haces así o lo tratáis como a un hijo, un hermano, un sobrino, un primo, un nieto…?

¿Por qué, entonces, has hecho eso con tu hija? ¿Por qué le has dado una etiqueta para que se la ponga a su hermano y también a ella? Una etiqueta dolorosa para ella, innecesaria y que, más que describirlo a él en su relación con ella, te describe a ti en tu relación con tu hija.

Sé que esto, como tantas otras cosas, es producto de la rabia y la pobreza emocional y personal que te acompaña. Pero aun así me resulta doloroso, ya no solo por mi hijo, sino también por tu hija, a la que con siete años has intentado quitar de un plumazo la ilusión de que tiene un hermano y a quien, a partir de ahora, no sabe si ponerle la etiqueta o no. O si ponérsela solo cuando está contigo para que te quedes a gusto.

Supongo que el día que le diste esa clase magistral sobre genealogía, como tantos otros, dormirías muy tranquila y satisfecha. Tanto tú, como tus padres porque, parece ser que todos, al unísono, le explicasteis que no, que ese niño con el que está tan ilusionada no es en realidad su hermano; que es mentira; que la hemos engañado; que le hemos quitado ese lugar central exclusivo para meter a una persona que ni siquiera es su hermano. Yo, sin embargo, esa noche no dormí y lloré.

Gracias a tu aclaración esa noche supe, por primera vez, lo que duele un hijo porque lo que habéis hecho me parece un desprecio terrible hacia él. Tu ex, su padre, es por el que te mueres y por eso tanto odias, sufrió por dos porque en su caso le duelen dos hijos. Sin embargo, hoy estoy mejor y, como otras tantas veces, vuelvo a sentir pena por ti. En esta ocasión una pena más profunda porque ahora soy madre y ahora te comprendo todavía menos y, ahora sí, te miro desde arriba como Valle-Inclán al esperpento, que es lo que eres: un esperpento. Porque si algo me has enseñado es a saber lo que no hay que hacer con los hijos, ya no para ser una buena madre, sino para ser sencillamente una buena persona.

Y como yo a mi hijo lo quiero bien y a tu hija también, haré frente a tu frase de «No, ese niño no es tu hermano, es tu medio hermano«, con el día a día. Y las palabras «hermano» y «hermana» me saldrán por la boca a borbotones cuando le acaricie, cuando se rían juntos, cuando le cambie los pañales o a él se le enganchen los dedos en su pelo y tire como si no hubiera un mañana; cuando venga al dormitorio a prepararle todo para que se duerma, cuando le haga palmitas o cuando ella se derrita si le bosteza en la cara con un bostezo babosete. Y le explicaré a tu hija y a él, si llegado el momento es necesario, que la sangre que nos une no sirve de nada si no pasa antes por el corazón. Y que los sentimientos crean lazos más fuertes que esa sangre.

Felicítate otra vez, «madre coraje». Efectivamente eres su madre, la has parido y la genética así lo dice, pero ser madre es mucho más que traer un hijo al mundo; del mismo modo que ser hermanos es mucho más que compartir el 100% de la sangre.