Las camisetas interiores que van a casa de #SMQSY no vuelven; ahora bien, las meriendas, sí.

El tema de los tentempiés para el cole siempre ha sido una cuestión casi esotérica para nosotros. Esotérica porque todavía no hemos entendido qué tenemos que hacer para que #SMQSY esté contenta con el tentempié.

Si metemos fruta, malo porque o no se la come o no tiene edad para pelar mandarinas o no se la cortamos adecuadamente…

Si metemos un bocadillo, mal también porque cómo se nos ocurre meterle carbohidratos refinados para media mañana.

Si metemos pan integral (exactamente igual que el de ella y tostadísimo como hace ella), también mal porque no hay quien se lo trague. ¡Pero si es lo que le metes tú! ¡Mentira! Yo nunca le he metido eso.

Si le ponemos Nocilla, somos unos hijos de Satanás; aunque si se la pone ella, no pasa nada; como tampoco pasa nada si le llena la bolsa de moneditas de chocolate.

Si no controlamos el azúcar del tentempié, que le vamos a provocar diabetes en unos años; pero si su tetrabrick con zumo y leche lleva 28 gramacos de azúcar, supongo que no pasa nada porque sabemos que la diabetes es selectiva.

En definitiva: estamos hasta el mismísimo con la merienda del cole.

Una merienda para cole de ida y vuelta

Más allá de esto, y como la comunicación entre ambos progenitores es súper fluida, el año pasado comenzó a hacer algo súper chungo.

La niña suele llevar cada día en la mochila una merienda que da para sobrevivir 7 días y 7 noches en el lugar mas recóndito del Himalaya y, como es lógico, no se la toma. Así que es normal que vuelva con la merienda casi completa.

Nosotros le ponemos menos cantidad, pero tampoco se la come. En definitiva, hace lo que tantos niños: pasar de la merienda y aprovechar el recreo para jugar.

El caso es que el año pasado SMQSY decidió informarnos de que la niña no se comía la merienda que le poníamos (como tampoco la suya, pero eso no lo quiere aceptar). Y no encontró una mejor forma de hacerlo que:

mandarla de vuelta al día siguiente con los restos de la merienda del día anterior en la mochila.

Así fue como un día, abrimos la merendera y ¡voilà! El sándwich de jamón con queso estaba ahí, reseco, envuelto en su papel de plata medio roto.

La niña no quiso dar demasiados datos sobre la ideaca de su madre porque estas cosas le suele provocar apuro y, al mismo tiempo, conflicto porque no sabe si decir que sí, que se lo ha puesto su madre; o que no, que no sabía que estaba ahí; o que se le olvidó comerlo; o que no le ha gustado.

Estuvo así unos días, mandando la merienda del cole de vuelta, hasta que, de repente, dejó de hacerlo. Yo pensé que había entrado en razón, pero la semana siguiente, tras volver del fin de semana con ella, abrimos la merendera y… ¡chorprecha!

¡Traía todos los restos de la semana anterior!

Yo, que estaba en pleno postparto y agotada de no dormir, casi me acordé de su familia cercana y extensa en presencia de su descendencia porque ahí teníamos todo: el bocadillo duro, el sándwich con pavo en descomposición desde hacía cinco días, el plátano negro y supurando… Todo eso mezclado con la merienda de ese día que #SMQSY le había puesto.

Me pareció tan asqueroso, tan penoso, tan deprimente… Me cabreó tanto que la niña tuviera que llevar comida en descomposición en la mochila porque la madre no puede mandar un mail para decir: «oye, que no se come la merienda que le pones» y entonces decirle: «pues mira, que tú le pones tampoco. Vamos a ver qué le ponemos para que lo coma», que si en ese momento la hubiera tenido delante, le habría dicho de todo.

Pero bueno, aquello pasó. Nos confinaron. A dios gracias no hubo más meriendas, pero… ¡Hemos vuelto al cole! Y el otro día volvió a traer restos de la merienda del día anterior: las rebanadas de pan del sándwich resecas; envueltas en papel de plata arrugado, roto… con migas por todos los sitios. Y me quedé k.o. como si fuera la primera vez que lo hacía y con una sensación rarísima. Como de silencio alrededor. Como si la mente se me hubiese bloqueado… Sin ser capaz de pensar. Sin creer, en definitiva, que vuelva a hacer lo mismo y que tengamos todo el curso por delante. Y lo que es peor: sin que podamos decirle nada porque, si le decimos algo, primero lo negará; y después, lo hará todavía más y todavía peor porque sabrá que nos molesta.

Así que solo nos queda esperar que, ante nuestra indiferencia, se aburra y deje de hacerlo. Mientras tanto, mi hijastrita seguirá paseando merienda medio podrida en su mochila.