Hoy me ha llegado un mensaje de Facebook. Me dice que las personas a las que les gusta Mamadrastra en Facebook llevan tiempo sin saber de mí. Cuando lo he leído he echado la mente atrás y he pensado cuándo fue la última vez que escribí. Enseguida me he dado cuenta de que la última actualización es del sábado, pero debe ser que, como le tengo malacostumbrado, los algoritmos de Facebook se alteran.

No obstante, por un momento he pensado que tenía razón porque ayer fue un día duro. Un día muy largo y que voy a compartir con vosotros porque, si por algo abrí este blog fue para visibilizar el rol de la novia de papá, de la madrastra, de la nueva pareja (llámanos como quieras) y para compartir con vosotros nuestra experiencia y así concienciar sobre la importancia de que los progenitores actúen de forma responsable en los divorcios. Y para evitar que otros niños pasen por lo que está pasando la nuestra.

Como sabéis, nuestra situación con la madre de la peque no es fácil. Desde que mi chico solicitó la custodia de la niña su vida se convirtió en un festival de denuncias, a cual más repugnante, que inevitablemente me salpica a mí también.

Ayer fue un día duro. Escribo esto y se me llenan los ojos de lágrimas automáticamente, no lo puedo evitar. Quienes sigáis el blog regularmente sabréis que estamos inmersos en un proceso penal. Debe ser que la madre, en su línea, ha pensado que la mejor defensa es un buen ataque y que hay que poner toda la carne en el asador, por lo que no se le ha ocurrido nada mejor que dar un salto mortal en su sordidez y repugnancia innatas y acusarnos de algo tremendamente asqueroso.

El caso es que ayer lloré varias veces. Lloré un poco cada vez porque ha llegado un momento en el que no quiero llorar demasiado para no cogerle el gustillo, aunque a veces lo necesito. Y, aunque sé que esa acusación no llegará a nada; que es ella la investigada; que el juez de este procedimiento ya ha visto de qué pie cojea; que esto solo es una cosa más de tantas; y que pasará como ha pasado todo lo demás, tan horrible todo ello, llega un momento en el que la situación comienza a asfixiarme.

Me asfixia porque me pregunto por cuántas cosas tendrá que estar pasando esta niña para que su madre consiga salirse con la suya, que no es otra cosa que eliminar al padre de su vida; me pregunto si esta señora se habrá dado cuenta que su hija es una niña y no una cobaya.

Me asfixia porque miro a lo lejos y me pregunto si seré capaz de convivir con esta situación toda mi vida porque la policía ya nos ha dicho que no parará, que estos perfiles no paran y que nos armemos de paciencia.

Me asfixia porque me da miedo. Me da miedo que no pare, me da miedo que no tenga sentimiento alguno de culpa, me da miedo que carezca de escrúpulos, me da miedo su capacidad para fingir, me da miedo que no tenga límites.

Me asfixia porque pienso cuántas gymkanas judiciales tendremos que pasar para que, de una vez por todas, se tomen medidas. Cuántas barbaridades tendremos que escuchar de boca de esta persona para que alguien, no sé quién, no sé cuál de todos los jueces por los que estamos pasando, decida que es hora de tomar medidas.

Me asfixia porque me pregunto si eso, en caso de que llegue algún día, llegará a tiempo para proteger a la niña o ya será demasiado tarde.

Ayer fue un día duro y, por primera vez en todo este tiempo, sentí que no tenía fuerzas para hacer frente a esto.  Sentía que me había caído un bloque de hielo encima y solo tenía ganas de llorar.

Pero esta mañana he vuelto a poner música en casa y he puesto La Fée, una canción de Zaz (una cantante francesa que me gusta bastante), que escuchaba mucho hace unos años y que me retrotrae a cuando mi chico y yo empezamos a salir. Es un pelín tristona, además la letra es algo particular, pero la melodía es bonita. Me hubiera gustado poner algo más alegre, pero hoy no tenía el cuerpo para muchos bailes.

Pero me gustan los recuerdos que me trae porque la ponía a toda leche en el cuarto de baño mientras me duchaba. Y me desgañitaba cantándola sin saber ni una palabra de francés. Y mi chico se reía de mi pronunciación y de cómo me inventaba la letras. Y la he cantado, me he desgañitado, he cogido fuerzas y me he puesto de mejor humor.

Porque vamos a seguir adelante y vamos a seguir luchando por que cambien las cosas y, de paso, para reparar las alitas quemadas de notre petite fée quien, como el otro día me dijo mientras patinábamos: «soy un hada y tengo alas, pero son invisibles para que nadie sepa que soy hija de Superman».