Desde hace tiempo recibo correos de madrastras que se sienten culpables porque a veces “odian” a sus hijastros. Y les aumenta la culpabilidad porque creen que no deberían tener esos sentimientos y me toman a mí como ejemplo de amor infinito.

A ver, chicas, que yo no soy todo amor y bondad, que a veces también me acuerdo de sus muertos.

 

El amor por los hijastros

La relación entre un hijastro y su madrastra o padrastro no siempre tiene que ir viento en popa. Que lo vaya o no, depende de muchos factores: edad, nivel de conflictividad de los padres, personalidades de ambos… Si en cualquier relación que establecemos, ya sea de amistad o laboral o simplemente de vecinos, hay múltiples factores que influyen en el vínculo que se establezca, imaginaos en este caso.

Una de las cosas que más me obsesionaba antes de conocer a Mi Pequeña Dictadora es si sabría quererla. Fijaos. Ya desde el principio estaba presionándome a mí misma y exigiéndome que el sentimiento que desarrollara con ella fuera de una determinada manera. También me daba miedo que ella no me quisiera a mí.

El amor por los hijos es un amor que viene de fábrica. Normalmente no hay que aprender a querer a los hijos. Pero el amor por los hijastros y de estos por su madrastra o su padrastro hay que construirlo y eso lleva tiempo. Tiempo y que las circunstancias ayuden. Una vez lo consigues, como en todas las relaciones, tienes días de todo tipo.

 

En todas las relaciones hay momentos buenos y malos

La literatura tradicional ha situado a la madrastra como un personaje ególatra y malvado dedicado a maltratar a los hijos de su marido, normalmente viudo. La realidad, en pleno siglo XXI, entenderéis que es totalmente diferente.

La relación entre madrastra e hijastros o padrastro e hijastros es como cualquier otra y, como cualquier otra, pasa por momentos, e incluso hay ratos y ratos en un mismo día. Yo no tengo hijos, pero tengo amigos con hijos y todos me han dicho en alguna ocasión que han llegado a un punto límite en los que han tenido sentimientos por sus hijos que les han hecho sentir mal (todavía recuerdo a una amiga diciéndome: «Tía, lo dejé en la cuna y me fui al salón a darme cabezazos en la pared porque era capaz de todo»).

Eso es normal, somos humanos, no máquinas programadas para ser todo amor y comprensión 24×7. Y en el día a día y, con el estrés que suponen los hijos, puedes tener, en un momento puntual, sentimientos de todo tipo. Eso no quiere decir que ese padre o esa madre no quiera a sus hijos.

Pues ahora, trasladad esto a una relación madrastra-hijastros o padrastro-hijastros: una relación por construir y, además, tejerla en un entorno en conflicto, con unos progenitores enfrentados, con una vinculación en ocasiones muy fuerte por parte de los hijos al conflicto de sus padres, con un probable sentimiento de culpa por querer también a esta nueva persona que esta “ocupando el lugar” de ese padre o madre a la que tanto quiere…

Como comprenderéis, no es la mejor fórmula para tejer una relación, pero lo cierto es que se consigue y se tejen relaciones de madrastra o padrastro con los hijos de su pareja maravillosas.

 

¿Es normal “odiar” a un hijastro?

¿Qué es lo que ocurre a veces en las relaciones madrastra e hijastros? Pues mirad, no lo sé. Yo sé lo que ocurre en la nuestra y lo que ocurre es lo que intento analizar desde la lógica y desde la calma, teniendo en cuenta lo que he expuesto hasta ahora.

En mi caso, creo que es sobradamente conocido, que adoro a la hija de mi pareja. La conocí con tres años, la he visto aprender a hablar correctamente, dejar de hacerse el pis, cómo se le ha caído su primer diente… Aunque no sea mi hija, la quiero de la forma más parecida a lo que se puede querer a un hijo. Nunca tanto como su padre y su madre, pero sí mucho y desde otro vínculo.

Eso no quiere decir que a veces no tenga sentimientos de rechazo. Los tengo. Y, además, los tengo perfectamente detectados. ¿Cuándo tengo sentimientos de rechazo?

 

Generalmente cuando rechaza a su padre.

 

En esos momentos se apodera de mí un sentimiento de enfado, frustración y rechazo que me parte en dos. También, en esos momentos, suelo ver una réplica en miniatura de su madre, diciendo cosas propias de una señora de 40 y, que desde luego, ni sabe lo que significan.

La razón es clara: desde que comencé con mi pareja siempre he visto a un padre dedicado, volcado en su hija y que está viviendo un auténtico infierno para poder criar a su hija en igualdad de condiciones, tal y como lo hacía durante el matrimonio.

La lucha que mantiene por ella solo él la conoce porque a mí me llega una gran parte, aunque no toda. Lo que sí conozco y percibo es el amor incondicional que siente por ella. Por eso, cuando veo que ella le rechaza, normalmente con argumentos dirigidos y nunca ajustados a su edad ni capacidad de comprensión, me cabreo.

No puedo decir que en esos momentos la odie porque lo que siento no es un sentimiento de odio (lo de «odiar» es una forma de hablar y por eso lo he puesto entre comillas, vaya por delante), es un sentimiento para el que no tengo un nombre, pero es una mezcla de enfado, frustración, impotencia y dolor tal que solo me dan ganas de llorar y hace que, durante unos segundos, pocos, la rechace y la vea como una enemiga.

Sin embargo, en seguida comprendo que es una víctima. Que solo es una niña en medio de un conflicto que no le pertenece. Y entonces me calmo. Estos sentimientos que estoy contando jamás lo he compartido con mi pareja.

Esto es con una niña de 6 años…, pero sin duda, los conflictos en la adolescencia o con madrastras/padrastros recién incorporados a una edad en la que el niño ya puede estar al tanto del conflicto de sus progenitores puede ser durísima.

 

¿Hay que sentirse mal por tener estos sentimientos?

Pues no lo sé, pero yo no me siento mal. No me siento mal por lo que exponía más arriba. Mantener una relación de cualquier tipo (de pareja, de padres, hijos, amigos…) implica tener desencuentros, hacernos daño sin querer (o a veces, equivocadamente, queriendo) y eso no implica que no nos queramos o que seamos malas personas o que merezcamos la extinción. Forma parte de las relaciones.

Además, en nuestro caso, vivimos un conflicto muy importante y duro para todos que tenemos que gestionar día a día y con el que todos estamos aprendiendo a convivir. Y, ante todo, porque tengo presente lo que en su día me contó un padre por Facebook:

 

Esas cosas duelen, pero hay que ver a estos niños como víctimas.     

 

Y así es. Son víctimas.

 

El sentimiento de culpa de las madrastras

Las madrastras, por la fama que acompaña a nuestro rol, tendemos a fustigarnos:

¿me querrá? ¿le querré? ¿lo haré bien?

Esto hace que podamos obsesionarnos intentando mendigar el cariño de los hijastros. Creo que tenemos que tener presente que esta es una relación como cualquier otra (con impedimentos añadidos) pero cuyo éxito o fracaso depende de muchos factores.

Que nos acepten los hijos de nuestra pareja es importante porque mantener una relación con alguien cuyos hijos no te aceptan siempre es más complicado, pero creo que también tenemos que tener más amor por nosotras mismas, no pensar tanto en los demás y prestar atención a lo que sentimos y a qué necesitamos. Y pensar que en esta relación es importante dar, pero también recibir.

Por eso, cuando me escribís contándome esas cosas, siempre intento decir lo mismo: nuestra relación no es perfecta. Que aquí no todo es paz, amor, música y buen rollo. Hay mucho cariño y un vínculo fortísimo, pero en todos los sitios cuecen habas y habastras.