Ser madre y madrastra es muy duro, pero hasta que no eres madre no te das cuenta de que las madrastras buenas suelen ser súper santas porque aguantar a una madre tocanarices es un suplicio.

La llegada del peque ha supuesto una revolución para todos. Sobre todo para #SuMadreQueSoyYo, que ha desplegado un arsenal de tretas para cerciorarse de que un mocosete cagón de pocos meses no le quitaba su trono.

Un verano sin playa no es verano

Todo empezó este verano cuando, ya casi fuera de cuentas y con un volumen como una orca, decidimos quedarnos en casa porque todo hacía presagiar que el parto se iba a adelantar (aparte de que no me veía varada en la orilla de una playa con suficiente dignidad).

El caso es que esta circunstancia supuso un filón para #SMQSY quien, por primera vez en seis años, decidió aprovechar para irse a la playa la quincena que Mi Mediana Dictadora estaba con nosotros. Antes de partir se cercioró de que a su hija le había quedado claro que, mientras mamá iba a estar pasándoselo bomba en la playa, ella iba a tener un plan de mierda.

-Mamá y yo vamos a hacer un juego estos días que no estamos juntas: vamos a ver quién recoge más caracolas y conchas de las dos.

-Será… sdf%&sl@!

Y así fue, durante cada llamada, cada mañana, su madre le preguntaba:

-¿Cuántas conchas llevas? Yo he cogido una preciosa… Tendremos que ver si la tuya es tan preciosa como la mía.

Al final de la quincena estaba súper angustiada porque ella no había ido a la playa y no tenía ninguna concha. Así que tuve que comprar almejas y hacer un arroz para que le llevara a su madre conchas y así decirle que sí, que ella también había encontrado muchas.

Papá no te va a querer igual

Este fue otro momento espectacular que, además, no pasó inadvertido porque se lo creyó hasta tal punto que se lo comunicó al interventor social que lleva nuestro caso:

-Temo que, a partir de ahora, su padre la trate peor porque no tenga tiempo para ella, el estrés del bebé… Ya sabes (guiño, guiño, codo, codo).

Lo malo de esto no es que ella se lo creyera, sino que se lo dijo a la niña y, de la noche a la mañana, la niña empezó a decirnos cosas como:

-Ya no vais a tener tiempo para mí

-Ya no vamos a poder jugar tanto

-Ahora papá va a tener que querer a dos

En fin. Lo que para cualquier familia hubiese sido una transición fácil, para nosotros fue complicadísima porque tuvimos que hacer un esfuerzo sobrehumano para que la atención hacia ella no se viera disminuida ni un ápice.

El esfuerzo lo pagué yo, claro, pero eso lo contaré otro día.

Mamá me ha dicho que no es mi hermano

-No sé por qué él duerme con vosotros y yo no si, en realidad, no es mi hermano.

Esta ha sido la situación más dura que he vivido estos meses. En pleno postparto, con las hormonas a flor de piel, las emociones como una montaña rusa y toparme con esto.

Hablando con ella supimos que su madre le había dado un Máster de por qué “ese niño” no era su hermano. Creo que tendría que haber reaccionado de otra manera, y eso que esperaba que antes o después pasara, pero esto lo contaré en otro post.

De todos modos, a pesar de que los tentáculos de esta gran mujer están siempre al acecho, la niña quiere con locura a su hermano y él a ella, a la que ya reconoce y con la que se parte de risa. Eso sí, la casa es una jaula de grillos.