Hoy he llevado a nuestra Pequeña Dictadora al cole y hemos vivido la segunda parte de la presentación de la novia de papá a los amigos.

Esta mañana estaba lavándole la cara e intentando quitarle un camión de moquetes (rápida y velozmente para no llegar tarde a clase), cuando, en cuanto he dejado libre la cara y le he permitido hablar, me ha soltado:

-AmiguiDeLas13Letras… hoy cuando me dejes en el vestuario no entres porque entonces piensan que eres mi madre.

-Ah, vale, no hay problema. Como tú prefieras. 

-Es que si no, tengo que decirles que no eres mi madre.

-Claro, mi amor. No hay problema. Yo lo que quiero es que tú estés cómoda. Tú decides estas cosas. Te dejo en la puerta entonces.

-Es que tú no eres mi madre, entonces tengo que decírselo a mis amigos -proseguía excusándose.

-Lo sé, mi vida. Y así es como tiene que ser. Mamá y yo somos personas distintas. Las dos te queremos muchísimo, pero somos diferentes. Y no hay ningún problema. No tienes por qué contarlo si no te apetece.

 

Una vez aclaradas las reglas de juego para la llegada al cole, nos hemos ido pitando. Le he recordado dónde llevaba la carpeta, a quién tenía que dársela, dónde estaba todo lo demás y hemos salido corriendo mientras cantábamos Voy a pasármelo bien, una canción de Hombres G que le he descubierto hoy mientras intentaba vestirla a la vez que daba saltos en la cama simulando tocar una guitarra y partiéndose de risa con eso de que el chico dijera que llegaba al baño dando volteretas.

Bailando en el coche, porque somos muy bailongas, hemos llegado de las primeras al cole. Me he sentido satisfecha porque he puesto una estrellita más en mi calificación de madrastra al llegar a tiempo como una madre como dios manda. Tanto es así que hemos entrado y el conserje nos ha echado por llegar pronto. «Abro en dos minutos».

Ya dentro del cole hemos ido a la piscina directas. Al llegar a la puerta del vestuario, como buena madrastra, he ido a darle su bolsita y un beso de tornillo en esos mofletes:

-Pasa un buen día, bonita. Te quiero.

-¡Quitaaa! -me ha dicho empujándome para separarme.

En ese momento me he sentido como la madre pesada que va detrás de su hijo quien, entrando en plena pubertad, es capaz de meter la cabeza en un retrete antes de que la persona que le gusta le vea con su madre.

Muy ágil y buenrollera le he dado la bolsa de la pisci y me he pirado. Nada más dar la vuelta han entrado por la puerta todos sus amigos y amigas (supongo que entre ellos estaba Nacho, el niño al que le zurra porque intenta seducirla) y todos han ido corriendo hacia ella.

Cuando salía por la puerta del edificio de la pisci, como una enamorada que espera ver por última vez al amor de su vida y sin saber por qué, me he girado. Supongo que, inconscientemente, he querido cerciorarme de que todo estaba en orden y que sus amiguitos estaban a salvo. Ha sido entonces cuando, a lo lejos, he visto asomar su carita por la puerta del vestuario. Un puntito blanco con dos ojos preciosos que me seguía con la mirada mientras yo andaba por ese pasillo tan largo.

Le he sonreído, le he guiñado un ojo, me he dado la vuelta y me he ido con un trocito del corazón dentro, pero pitando, que tenía el coche en tercera fila.

 

Ellos deciden cuándo y cómo presentan a su madrastra

Si hace unos meses me presentaba a sus amigos como «la novia de papá», hoy ha preferido evitar esa situación. Yo la entiendo perfectamente y respeto esa decisión.

Presentar a una madrastra no tiene que ser fácil y, aunque nosotros le damos muchísima naturalidad y para nada utilizamos esta palabra tan horrible y fea, entiendo que para ella no sea fácil responder a ciertas preguntas de sus amigos.

Aunque me he preocupado un poquito pensando que quizás se haya podido ver en una situación incómoda, me ha alegrado que haya tenido la confianza suficiente como para plantearme esta cuestión. A partir de ahora, en vez de en un segundo plano, me mantendré en un tercero y será ella quien marque todos los tiempos. Y, por supuesto, los besos de tornillo de madrastra pesada se los daré antes de salir del coche, que nadie tiene por qué saber que nos queremos tantísimo y que yo soy tan pesada. Al fin y al cabo, una tiene que mantener su reputación de bruja.