Hoy estoy mal. En cuanto me descuido se me llenan los ojos de lágrimas. Cada cierto tiempo reacciono así ante uno de los ataques. No tiene por qué ser el peor, ni el más agresivo. Basta con que vea que está atancando a la dignidad de la niña y también a la nuestra.

#SMQSY ya conoce la noticia del embarazo y, unido a otras cuestiones, ha hecho que despliegue toda su capacidad de destrucción.

Esta mañana me he despertado con un mail. Mi pareja, que últimamente me tiene bastante al margen de todo, me lo ha enviado en plan: “Alucina con la última locura”, sin pensar que podría afectarme lo más mínimo. Pero en mi estado, este correo, del que en otro momento me hubiese reído, ha resultado ser una explosión. Y, de repente, he notado cómo me bajaba la tensión, la visión se me nublaba y no era capaz de mantenerme en pie.

He llamado a mi chico, que ya estaba en la ducha, y me ha traído lo primero que ha pillado en la cocina: chocolate, nueces, galletas… Y me he puesto a llorar. No podía parar. Y he seguido llorando en la ducha y después. Supongo que las hormonas no han ayudado.

Lloraba por muchos motivos, pero principalmente por desesperación. Tenía ante mí un correo que muestra un ataque más de una persona que necesita ayuda psiquiátrica y psicológica urgente y a la que nadie va a ayudar porque es más fácil darle la razón. Es políticamente más correcto en estos momentos.

Lloraba porque llevamos cinco años con este tipo de correos grotescos, absurdos, pero que te dejan sin aliento; que te hacen pensar que está peor de lo que realmente pensabas; y que no avanzas. Que a pesar de estar en los Servicios Sociales, no se evoluciona.

Lloraba porque me imaginaba a mi hijastra en la situación que describía su madre: los mensajes que estaría recibiendo, su cara de “no entiendo nada, aunque me entero de todo”.

Lloraba porque me preguntaba si, a pesar de informar de esto a los Servicios Sociales, estos harán algo en el algún momento; si a pesar de informar al juez de esto, éste hará algo en algún momento.

Lloraba porque, cuando estás dentro de una situación así, miras a tu alrededor y lo único que ves es que estás atrapada en una pesadilla en la que el verdugo (verduga en este caso) tiene asumido y asignado el papel de víctima, mientras todo alrededor se destruye: hija, marido, la nueva familia del marido… Sin que NADIE, ABSOLUTAMENTE NADIE, haga nada. Porque hacer algo, en estas ocasiones, está mal visto. Y  porque dar un paso adelante, decir “BASTA” y quitar una custodia, cuando hablamos de una madre, muchas veces es solo cosa de valientes, no de Justicia.

Y también lloraba por verme en esa situación. Hoy me he visto, con mi barriga y mis cosas, muy vulnerable. Me he asustado.

A veces pienso que vivimos en una situación de delirio permanente. Intentando luchar, desde la racionalidad, contra la locura. Me siento como esos personajes que están atrapados en un psiquiátrico estando sanos porque todos a su alrededor dicen que no lo están. Solo que en las pelis, al final, el personaje sale de la rueda.

El caso es que hemos decidido decir BASTA. Saltar de la rueda. Salirnos de este delirio. No contestar. Protegernos. Sabemos que es el coletazo de una bestia ante la noticia del embarazo y los últimos acontecimientos.

No vamos a contestar. No vamos a seguirle el juego. No podemos estar constantemente desmintiendo acusaciones absolutamente delirantes. Entrando a negar, desde la racionalidad, ataques que se hacen desde la locura y el despecho. No lo vamos a hacer porque nos vamos a volver locos nosotros.

Tenemos que salirnos de la rueda en la que nos tiene metidos porque está visto que nadie la para: ni jueces ni Servicios Sociales ni nadie. Tenemos que saltar.

Pero necesitamos ayuda. Necesitamos que el juez tome una decisión. Y no llega. Y el problema es que esto solo es una pequeñísima parte del todo. El todo comienza a ser insoportable.