Hoy os voy a contar una breve historia de un secuestro en vacaciones. La conté ayer por Twitter, pero hoy la voy a hacer extensible por aquí.

Lo cuento porque en estos días se está hablando mucho de los secuestros parentales y esas cosas. Esas cosas que empezamos a ver como normales y que justificamos. Lo nuestro no fue un secuestro (hago ya el spoiler) fue más bien una historia de folletín.

 

Antecedentes secuestrales

Todo comenzó cuando mi chico y #SuMadreQueSoyYo comenzaron los trámites del divorcio y las cosas comenzaron a ponerse feas (léase por feas: yo también quiero cuidar de mi hija, no verla tres horas a la semana; y no, no te voy a pasar 3.000 euros de pensión. Un disgusto tremendo para ella como entenderéis).

En ese momento, viendo que no iban a ser satisfechas sus demandas, nuestra liebre de marzo decidió empezar a ejercer como dueña y señora de la niña porque oye, para eso la ha parido y total, él solo es el padre.

Aunque todavía vivían juntos, el acceso que él tenía a la niña era mínimo. No podía acercarse a ella, casi no podía tocarla. No podía bañarla, ni darle de cenar. No podía siquiera dirigirle la palabra tranquilamente porque «te parto la boca» (palabras textuales de esta madre sufridora porque sí, en cuanto las cosas no salen como ellas quieren sufren mogollón: se llama poca tolerancia a la frustración).

El caso es que la convivencia era regulera y, hasta que se desplegaron las medidas previas, era lo más parecido a un infierno. Durante ese tiempo la niña tuvo que escuchar de todo: insultos a su padre, amenazas de su madre, «mi vida, papá te maltrata. Papá no te quiere…». La situación ideal para cualquier niño de dos años. Una situación de la que la peque ha guardado algunos recuerdos que su padre ha intentado borrar y que, desde luego, no va a recordarle.

Y una situación que ha quedado guardada para la posteridad porque, por recomendación de la policía, mi chico tenía que grabar todas estas cosas (cosa que, por otro lado hay quien lo considera maltrato, porque ¿cómo osas a grabar constantemente a una señora que te está amenazando? ¡Por dios!).

 

Un verano de marras en la playa

Durante el verano previo a las medidas previas, la madre decidió llevarse a la niña durante más de dos meses. Total, es suya, como puede ser un bolso o un coche, y puede hacer con ella lo que le venga en gana (porque para eso la ha parido, oigan).

Más de dos meses en los que su padre no habló con ella en ningún momento, en los que no pudo ni cogerle de la mano, pero en los que se negó a no verla a pesar de que la madre en ningún momento le dijo dónde estarían. Por eso, intuyendo dónde habían ido a veranear, alquiló una habitación en un hotel y, a través de la ventana (escondido, agazapado), efectivamente, pudo ver a su hija pasear por la playa con su madre y sus abuelos.

Como es de suponer, a la vuelta de vacaciones le puso una denuncia (ella a él, por supuesto, ¡no iba a ser al revés!) a ver si con esa denuncia ya le daba la estacada definitiva y él se bajaba de la burra con eso de la custodia compartida porque lo de querer criar a un hijo a medias es un maltrato que no se puede consentir a estas alturas de la vida, ¡hombre ya! Advertido estaba.

 

El secuestro de unas vacaciones

El tiempo pasó y al verano siguiente todo había cambiado: las medidas previas estaban desplegadas, la niña pasaba el mismo tiempo con ambos, la pensión no era, ni por asomo, la que la señora pedía y yo ya había hecho mi aparición estelar.

Todo estaba dentro de la normalidad. Normalidad que, en ese momento, era tener que cortar las llamadas diarias cada vez que la madre le recordaba a una niña de tres años lo mal que estaba sin ella, lo que la echaba de menos y lo que estaba luchando para sacarla de ese infierno que era papá.

 

Te están maltratando, ¿verdad, coletitas mías?
Tienes ganas de llorar y ver a mamá, ¿verdad?

 

Jamás se me va a olvidar esas frases. Como supondréis, vivíamos en un festival de felicidad.

Un buen día, cuatro días después de empezar sus primeras «vacaciones» juntos, mi chico llegó al trabajo y vio a una compañera totalmente pálida. Estaba hablando por teléfono y le miraba mientras asentía a lo que le decían al otro lado.

Cuando colgó, le dijo:

-Era tu mujer
-¿Mi mujer? ¿Qué quería?
-Dice que si estabas viniendo a trabajar porque lleva días sin localizarte y dice que has secuestrado a tu hija.

 

Decir que flipó en pepinillos es poco. Así fue como se vio en la obligación de contarle su situación personal a una persona con la que solo tiene una relación laboral. Afortunadamente, encontró comprensión al otro lado, pero también podría haber encontrado lo contrario y quedarse con una etiqueta.

 

Los porqués…

¿Por qué #SuMadreQueSoyYo se inventó eso?

Yo lo tengo claro: primero, por gili y sinvergüenza. Y segundo porque muchas #SuMadreQueSoyYo utilizan los horarios laborales para intentar reducir el régimen de visitas argumentando que ellas tienen disponibilidad completa para cuidar de los hijos (esa disponibilidad tan tan tan horrible y que tanto nos perjudica laboralmente, pero que nos da un gustirrinín tremendo en estos casos) mientras que el marido tiene que dejarlos con los abuelos.

Indudablemente buscaba confirmar que estaba asistiendo regularmente a su lugar de trabajo para meter unas cautelares y que pasara todas las vacaciones con ella (porque para eso es de su propiedad, como un bolso o un coche) y porque para eso es intolerable que un padre tenga que ajustar sus 22 días de vacaciones anuales a las vacaciones de Semana Santa, Verano y Navidades de sus hijos (por si no lo sabéis: no, no da. O eres profe o no te dan y sí, tienes que tirar de los abuelos o mandarles a un campamento).

Y, por otro lado, buscaba hacerle daño a nivel profesional porque este siempre fue uno de sus objetivos: «Hundirte la vida». ¡Qué mona es y qué buena persona! Para estar alienada por él, según cuenta, tiene sus objetivos bastante claros.

 

¿Por qué no la denunció?, me preguntaban ayer.

Bueno, pues porque era el inicio. Y al inicio siempre tienes la esperanza de que sea solo una racha y pase. Intentas no crear más conflicto, no enquistar las cosas… Además, te advierten de que si hay conflicto peligra la custodia compartida, entonces tragas y tragas y tragas. El problema es que no suelen ser rachas, sino una situación crónica que pocas veces va a mejor. Y el segundo problema es que muchas veces la custodia compartida es cuestión de potra.

En fin… como veréis tenemos historias de todos los colores. Por eso ayer, cuando pudo hablar con la niña y por primera vez, en cuatro años, mantuvo una breve conversación con ella sin que le dijera cosas como:

NoTeQuieroMePegas

MeMolestasPorqueEstoyConMiMamá

 

nos pusimos muy contentos. Porque está siendo todo muy duro y una madre así, actualmente, tiene todo a su favor para hacer lo que le salga del chirri e irse de rositas (y ahora pónganme verde por decir esto, por favor).