Esta Semana Santa hemos vivido una auténtica pasión. No tan exacerbada como la de Jesucristo, pero sí una pasión de tomo y lomo.

#SMQSY está súper alterada y cabreada. Miembarazo no le ha sentado nada bien (todo lo contrario que a mí, que estoy inflada como un zepelín, pero me veo guapa y, en ocasiones, hasta sexy -porque esto de percibirme como Sabrina Salerno cuando cantaba Boys, Boys, Boys, es una novedad para mí-).

El caso es que, entre el embarazo; que la última denuncia por VG (vamos ya por tres) le ha salido rana y que la niña la ha dejado con el culo al aire frente a los Servicios Sociales, está que trina. Así que nuestra Semana Santa se ha convertido en una semana de expiación de los pecados.

Jueves Santo

Jueves Santo la recogimos en una operación intercambio que pretendía ser rauda y veloz, pero que tornó “laboriosa” y súper circense. Para empezar, nos la entregó un día más tarde argumentando que el día anterior había tenido fiebre y no había podido conducir. Pero bueno, como sabréis, estas cosas pasan sin pena ni gloria por los juzgados. Ya ni nos molestamos en denunciarlo, ¿para qué?

El caso es que la recogimos y la madre la despidió al grito de:

“Menos mal que tiene a #SuMadreQueSoyYo que sí la quiere, como debe ser. No como tú, que ni la quisiste, ni la quieres, ni te importa”.

Toma maroma, pensé. A fecha de hoy no sé si esto fue fruto de la fiebre o de la ignorancia. Aun así, yo pensé que esa sería la última cosa que sabríamos de ella hasta que la entregásemos unos días después, pero no. Como si estuviésemos en una peli de terror en la que crees que el malo está muerto y, de repente, revive y se te pone encima del coche, la vimos sorpresivamente agarrada al retrovisor:

“Hija, que te cuiden, cosita mía, que te traten bien! Que te cuesta mucho separarte de mí, ¿verdad, coletitas mías?”

Os juro que del susto me dio una contracción. La situación era morrocotuda porque, si aceleraba, ella corría el riesgo de caerse y mi chico de terminar de pasar la Semana Santa en el calabozo; y si no aceleraba, la teníamos soltándole a la niña el repertorio del siglo. Afortunadamente, no es muy deportista y a los 200 metros estaba soltando los higadillos por la boca, así que desistió de seguir al trote.

Viernes Santo

Viernes Santo amanecimos en nuestro sitio de retiro. Lloviendo a cántaros y mi chico con fiebre. Muy bucólico todo. Estuvimos haciendo croquetas de cocido porque, oye, aunque pecásemos ya habíamos pagado la bula el día anterior con el numerito que soportamos. También dibujamos, bailamos, hicimos manualidades, vimos una peli… y ya por la tarde, en un puñetero rato que escampó, la saqué de oreo a pisar charcos.

Miré atrás y me vi hace seis años de viaje en Malasia y me pregunté:

¿En qué momento decidí yo cambiar de vida?  

Y me dio ardor. También miré al futuro y pensé:

¿Cuántos años me quedarán de aguantar este percal?

Y me dio de nuevo ardor. Así que opté por dejar de pensar.

Todo apuntaba a un viernes anodino, aburrido y tranquilo, pero no… Llamó la madre y puso todo del revés:

Que si no te oigo porque tu padre le baja el sonido al móvil

Que si por qué has visto una película en vez de estar jugando

Que si tu padre está enfermo debería avisarme para que te vineras conmigo y no contagiarte

Solo tuvo un acceso de humanidad (pero solo en la primera parte del comentario) cuando, al informarle que había estado haciendo un bizcocho, le dijo:

-¡Qué bien! ¿Y lo has pasado igual de bien que cuando lo haces con mamá o peor?

Y casi poto.

Sábado Santo

El sábado tenía excusa perfecta para que fuera un día de recogimiento hogareño: llovía, mi chico seguía con fiebre y Jesucristo todavía no había resucitado. Así que estuvimos en casa toda la mañana. Yo me dediqué a limpiar porque, según la filosofía zen, limpiando la casa limpias los malos espíritus.

Limpié y cociné tanto que, cuando intenté echarme la siesta a las 16.00 h descubrí que era la primera vez que paraba desde las 7.30 h que mi hijastra tuvo a bien tocar diana. Digo que “intenté echarme” porque me despertó tres veces porque la peli no se veía.

Cuando me levanté de la siesta frustrada, la Pequeña Dictadora se había zampado un paquete de galletas y la tenía dando vueltas alrededor de la mesa del salón, haciendo piruetas y saltando como una loca. Así que me la llevé a la calle, no sin antes pedirle a Dios que no se acatarrara por lo que más quisiera. Y así fue… No se acatarró, pero me sabló. Me sacó tres regalitos que le compré a cambio de no oírla rechistar en media hora. Solo pedía eso: media hora de paz para comerme un chocolate y cuatro porras, que era lo único que me calmaba.

La llamada de #SMQSY puso el colofón al día.

Domingo de Resurrección.

Y, al tercer día, Jesús resucitó, pero yo estaba a punto de que me dieran los santos óleos. Mi chico seguía en la cama sin poder moverse; mi hijastra, seguía como si le hubieran metido un chute de yo qué sé qué; y yo seguía con mi barriga a rastras. Estaba tan desesperada que hasta me planteé irme a misa a festejar tamaño día.

Volvimos a casa con un sabor agridulce, sabiendo que volvíamos a nuestro hogar, pero que no íbamos a encontrar en él el sosiego. Me la llevé al cine a ver una peli de colores imposibles y le compré un cubo de no sé cuántos litros de palomitas que se zampó solo con los trailers.

Para cenar pedí una hamburguesa porque no me veía con fuerzas de hacer nada más. Eso sí, antes le pedí a Jesucristo que, ya que había resucitado, me hiciera el favor de que no se pusiera mala de la tripa justo ese día hamburguesil y palomiteril porque entonces me hacía el harakiri. Y afortunadamente se apiadó de mí.

Y, como siempre, la llamada de la madre puso la guinda al día: le recordó (a gritos, porque grita tanto que se oye en toda la casa) que pronto se verían, que ya estaría en casita tranquila con ella haciendo cosas chulas y que le dijera a papá que dejara que decirle cosas al oído.

Pero si papá está en la cama malito – le soltó.

Afortunadamente, yo estaba en el baño sollozando porque las hormonas habían decidido saltar en ese mismo momento. Así que quedó el tema en una paranoia más de las suyas.

El caso es que hoy, cuando ha sonado el despertador para ir al curro, he visto el percal que me dejaba: su padre hecho un cisco y la niña saltando ya por la casa. Pero qué tranquilidad, oigan… Si duran las vacaciones un día más, me tiro por un terraplén.

Espero que hayáis pasado una Semana Santa chachi.