La madre de mi hijastra, también conocida por #SuMadreQueSoyYo, no es una persona que me despierte simpatía. No por cómo es, que no la conozco fuera de esta relación, sino por cómo actúa. Son sus actos y no ella es lo que no me gusta. Y esos actos los rechazaría los llevara a cabo quien los llevara, independientemente de la relación que me uniera con esa persona.

Sin embargo, cada cierto tiempo, tengo la necesidad de buscar una explicación y de intentar, más que empatizar, comprender por qué hace esas cosas. Dar una explicación lógica, aunque esté basada en la irracionalidad, de por qué se comporta cómo lo hace.

Esta mañana me he descubierto poniéndole un trozo de bizcocho para que lo pruebe, en un intento de acercamiento, de templar gaitas, de decirle: podemos hacer las cosas de otra manera. Sé que a mi Pequeña Dictadora le hacía ilusión que le metiera un trozo de bizcocho a ella para el almuerzo y otro a su madre. Tanto es así que quería que le pusiera hasta una pegatina que dijera: «Para mami», que es como nos referimos a ella delante de la peque. Siempre «Mami». Más dulce, más cercano… Llevaba con el runrún de la pegatina desde anoche y esta mañana es lo primero que me ha dicho.

Mientras le ponía el trozo de bizcocho y su padre me miraba como diciendo: «Se te ha ido la pinza», pensaba en lo fáciles que podrían ser las cosas de tener una relación cordial. En la hija tan maravillosa que tienen los dos y en cómo se ha complicado todo. En el dolor que está suponiendo para ambos, y sobre todo para la niña, que está viendo que su infancia no es tan chula ni tan inocente como tendría que ser.

Y he fantaseado con la posibilidad de que llegue un punto en el que el día de su cumpleaños no signifique que se inicie una batalla de correos un mes antes porque nos toque recogerla y ella considere que es solo con ella, «con #SuMadreQueSoyYo, que para eso la he parido, con quien tiene que pasar el cumpleaños», y sean capaces de hacerle el regalo de ir a recogerla los dos al cole, llevarla a merendar, al parque, a tomar un helado… Y hacerse una foto juntos, porque esta niña mía no tiene una foto con sus padres juntos después de los dos años.

Y he fantaseado con la posibilidad de que llegue el día de hacer la comunión y vayamos todos tranquilos, independientemente de con quién le toque celebrarla ese día. Pero que vayamos todos. Sin tiranteces. Sin fastidiarle el día. Sin que quepa la posibilidad de que termine siendo la Guerra de Troya.

El caso es que a veces tengo sentimientos encontrados con la madre de mi hijastra y una necesidad, que puede venir derivada del agotamiento emocional más absoluto, de acercarme e intentar tender puentes. Porque sí, a veces hay pequeños atisbos de racionalidad en su comportamiento y, por un momento, me creo sus palabras y sus intenciones:

«Tenemos que intentar reducir el conflicto, tenemos que hacer el esfuerzo, tenemos que conseguir…»

Pero claro, al día siguiente o a la hora siguiente todo se vuelve del revés, vuelve la incoherencia y te das cuenta de que no, que no es posible. Que son pequeños momentos de lucidez como los que pueda tener una persona enferma de Alzheímer, que te reconoce unos segundos para después volver a marcharse.

De todos modos, este año me he propuesto algo: haremos un regalo para el Día de la Madre, igual que lo hemos hecho para el Día del Padre y con el que ha disfrutado una barbaridad. Quiero que mi Pequeña Dictadora asiente en su cabeza lo que ya tiene asentado en su corazón: que en nuestra casa, mami es una más; que es libre de expresar que la quiere porque no es nada malo y que a ella, aunque sea tan pequeña, la queremos por encima de cualquier otra cosa.

Porque las cosas de mayores, se quedan entre los mayores.

Nota. La ilustración de este post es de Fernando Vicente. Ha ilustrado «Alicia a través del Espejo» de una forma maravillosa. Podéis ver más ilustraciones suyas en www.fernandovicente.es