Cuando un niño sufre conflicto de lealtades y/o alienación parental, además de sufrir mucho, desarrolla una serie de habilidades que le permiten sobrevivir al día a día con una y otra familia. Esas habilidades, con el paso del tiempo, se convierten en un arma arrojadiza y muy peligrosa para una de las familias o para las dos. Y, además, dificulta bastante una convivencia tranquila.

Nuestro caso es complejo porque no hablamos solo de un conflicto de lealtades contra el padre sino de alienación parental, siendo el conflicto de lealtades una parte del problema general. En cualquier caso, la convivencia no siempre es fácil y los conflictos surgen por las cosas más tontas. ¿Qué hacer en este caso? Cortarlos de raíz y no olvidar que tú eres el la adulta.

5 formas de cortar de raíz un conflicto

En mi opinión, cortar de raíz los conflictos es muy importante porque evitas entrar en una dinámica en la que se discute por todo. Probablemente hayas observado que tu hijastro se siente especialmente cómodo en el conflicto. Es muy ágil respondiendo, atacando, retorciendo el discurso y cada argumento que das, por muy lógico que te parezca, termina utilizándolo en tu contra. Todo esto hace que cada vez te enciendas más y más, que el tono de la discusión vaya subiendo y que él se sienta reforzado en su postura. Y esto es muy peligroso tanto para él como para ti.

Recuerda que eres la madrastra: ver, oír y callar

Dos no discuten si uno no quiere, así que lo primero que hay que hacer es respirar hondo y recordar que lo mejor para protegerte, aunque en ese momento tengas ganas de cualquier cosa y quieras defenderte, es ver, oír y callar. Mi recomendación es que, siempre que se pueda, no entres en conflicto a no ser que vaya directamente contigo.

Por mi experiencia personal, cuando mejor me ha ido ha sido cuando he hecho oídos sordos a sus provocaciones. Ella está enfadada y me provoca para que yo salte. Si caigo en la trampa, el conflicto se escala. Ella es una niña y no va a ponerle tope; pero si yo le sigo el rollo, llegará un momento en el que pierda los nervios y diga algo que no conviene. Así que lo mejor es hacer oídos sordos y que vea que, cuando me provoca, paso. Que cuando me provoca, pierde mi atención.

Esto, que sé que es súper complicado, es mano de santo. Probablemente vaya detrás de ti provocándote y te diga cosas como:

Sé que me estás escuchando, ¿verdad? ¿Es que estás sorda? Mira, hace como que no me oye..

-Cuando cambies de actitud, hablamos. No puedo hablar si no me respetas.

Y sigues a lo tuyo.

Recuerda que tu conflicto no es con los demás miembros de la familia

Esto está vinculado a lo anterior y también me ha ido fenomenal. Es muy habitual que cuando te enfadas y tienes disgusto lo pagues en cierta medida con los demás. Estés alicaída, enfadada, seria… Desde mi experiencia es importante que vea que el conflicto es solo con él, no con el resto. Y mientras que con él mantienes una relación meramente educada, con los demás eres igual de amable o bromista que siempre.

Recuerdo la primera vez que puse en práctica esto. Mi hijastra estaba habituada a que si me enfadaba se me fastidiaba el día. Y mi enfado no me dejaba relacionarme con normalidad con el resto de la familia. Esto le daba pie a seguir diciendo frases como la de arriba. Pero una noche, no sé qué ocurrió, y yo seguí igual con mi marido y mi hijo. Me reía, les gastaba bromas… Ella estaba alucinando porque vio que, al contrario que en otras ocasiones, ese conflicto no había afectado al resto de la vida de la casa. Así que, al cabo de un rato, quiso iniciar conversación y participar de ese buen rollo que había entre los demás.

Sigue con las rutinas que tengáis establecidas

Esto es lo que más me cuesta, pero creo que es importante. Nosotras hacemos todas las noches una guerra de almohadas y sé que no se duerme hasta que hacemos la guerra. Cuando hay un conflicto imaginaréis dónde tengo las ganas de hacer guerras de almohadas. En cualquier caso, cuando llega la hora de dormir, lo que hago es ir a su dormitorio, darle las buenas noches, decirle que la quiero (porque un enfado no cambia los sentimientos) y que mañana solucionamos lo que ha pasado. Y, cuando me voy, le tiro un almohadazo y ella a mí otro.

Esto destensa bastante la situación y permite allanar el camino para hablar al día siguiente sobre lo que ha pasado teniendo en cuenta que ya has desactivado anteriormente el mal rollo. Ayuda mucho.

Deja que se enfríe antes de seguir discutiendo

Si por cualquier motivo ves que la discusión se le va de las manos, para. La adulta eres tú. Aunque en ese momento te den ganas de todo, para y dile:

-Vale, no pasa nada. Vamos a tranquilizarnos y luego hablamos.

Cuando la cosa se haya relajado será más fácil llegar a un entendimiento. Pero es imprescindible que pares. En este caso, medio paso atrás siempre será un gran paso hacia adelante.

Intenta no alzar la voz

Muchas veces confundimos gritar con imponer autoridad y no tiene que ser así. Y, sobre todo, con los niños que sufren alienación parental, esto es un arma de doble filo porque confunden esa «autoridad» con maltrato. Y lo que en una familia normal se puede quedar en «mamá se ha puesto nerviosa y ha terminado gritando», en este tipo de familias puede terminar en algo más grave.

Creo que es importante no gritar. Primero porque, si se le va el tono de voz, puedes pedirle que lo baje y discuta sin gritar, como tú estás haciendo. En segundo lugar, porque aprende a regularse en estas situaciones que, lamentablemente, terminan siendo frecuentes. En tercer lugar, porque te escucha mejor; y por último, porque discutir sin gritar es el primer paso para evitar que todo se vaya de madre.

¿Y esto funciona?

A nosotros nos ha funcionado. Le ha funcionado a su padre y me ha funcionado a mí. Es verdad que a veces la situación te pone en unos límites insoportables; que la única forma que tienes de desahogarte es gritar o contestar o hacer valer tu opinión. Pero con estos niños eso es especialmente contraproducente, por no hablar del sentimiento de culpa que tienes después, cuando ya te has enfriado.

Nosotros tuvimos una época muy dura, de discusiones diarias. Entramos en un bucle insoportable y vimos que estábamos perdiendo en control, que la frustración de lo que lo que pasaba en la otra casa y cómo ella lo manifestaba en la nuestra conseguía que perdiéramos nuestro foco, que era intentar que nuestra casa fuera un sitio tranquilo; en el que se sintiera bien; en el que reforzáramos el vínculo con ella.

Desde que hacemos estas cosas los conflictos se han reducido. Los hay, por supuesto, pero duran menos, son menos intensos y recuperamos la normalidad antes. Y, sobre todo, creo que ella aprende del conflicto: aprende a abordarlos, a regular sus emociones y a «entender» o aceptar nuestra postura sin que eso interfiera en su relación con los demás.

En cualquier caso, esto es un aprendizaje de prueba y error. Lo que funciona para unos niños no funciona con otros, pero bueno… Si os da alguna idea para sobrellevar el día a día, fantástico.