Ayer fuimos a comprar todos los Regalos de Reyes como una pareja antigua, de las que todavía va a hacer la compra a última hora a El Corte Inglés. Casi me divorcio.

Lo cierto es que, hasta este momento, nunca creí que ser madrastra fuera tan estresante. Y no solo eso: ayer me vi haciendo cosas que jamás pensé que haría. Es más, me vi desde fuera, como en tercera persona y vi en mí a esas señoras de las que tanto me he reído. Entré en pánico.

Una madrastra moderna en el Corte Inglés

A las 11.30 h ya estábamos entrando en estos fantásticos y caóticos almacenes dispuestos a comernos el mundo hasta que vimos que habían abierto el Sótano 2 (el que abren en fechas de urgencia) y mi chico ya empezó a bufar:

-¡No me puedo creer cómo está esto! ¡Ya me estoy poniendo nervioso!

Respiré hondo.

Mientras le contaba, como una casi millennial que soy y con un pelín de condescendencia, las bondades de comprar en Amazon o a través de cualquier servicio online (mis regalos llevan una semana en casa), subimos a la planta de los niños y empezamos a dar vueltas totalmente desorientados por el caos.

En el móvil llevábamos la carta manuscrita, como debe ser, para Sus Majestades con una suculenta lista, pero era imposible centrar la atención.

 

Buscando a Rapunzel

Tras dar 50 vueltas entre Nenucos, Legos, disfraces, cajitas de manualidades de 85400 micro-piezas y un popurrí de cajas chillonas, decidimos centrarnos y comenzar la Operación Reyes. Empezamos por Rapunzel y con ella tuve mi primer dilema moral.

Rapunzel es la hija de unos Reyes que es secuestrada y criada por una señora que parece Michelle Pfeiffer pero en malvada y morena. A mí esto me plantea conflictos morales porque el rol de la madrastra de las pelis no me beneficia nada, pero bueno, llegados a este punto, esa lucha y la de los juguetes sexistas ya la doy casi por perdida.

A priori iba a ser fácil, pero resultó una mera ilusión ya que mi pareja sentimental no encontraba ninguna Rapunzel con el pelo lo suficientemente largo. «¿Cómo pueden estar tan poco conseguidas?», me decía. Tras un rato buscando y tras desechar una Wonder Woman con su caballo de Amazona súper chula porque la peque no sabría quien es, me soltó la bomba: «De todos modos, me da la sensación de que aquí hay pocos juguetes». Entré en barrena.

Quise llorar y el destino tuvo a bien (o a mal) que este recordara que El Corte Inglés había habilitado dos plantas de juguetería. Me asomé al precipicio y así fue como, sin darme cuenta y con un carro del Hipercor, me vi en la jungla de los juguetes.

Buscando al perrito rosa con bolso

Tristes por no encontrar una Rapunzel como dios manda nos dirigimos a las exposiciones de juguetes. No fue fácil, a las dos horas de llegar solo teníamos en nuestro haber una oca, un parchís y un ajedrez, ninguna de las tres cosas en la carta (más dos cajas enormes para los sobrinos: una de zombis y otra de experimentos químicos). La zona de juguetes comenzaba a ser intransitable y, mientras mi chico sufría taquicardias, yo ponía en práctica la meditación activa intentando generar en mi corazón buenos sentimientos hacia mis congéneres para ver a esa marabunta de gente histérica como víctimas de sí mismos y del capitalismo… No funcionó.

Por eso decidí centrar mi atención en buscar el perrito rosa con bolso.

-Hola -le digo a un dependiente con cara de púber-, busco un perro rosa con bolso.

-¿Cómo es el bolso?

-Mmm… no sé. ¿Cuáles hay? 

-Hay bolsos estampados, perritos dentro del bolso, perritos con bolso, perritos-bolso… 

Conociendo a mi hijastra y lo que le gustan los brillos, no lo dudé:

-El más hortera que tengas. 

-El perro bolso… Mire, está cruzando el pasillo central, donde….

Dije que sí a todas sus indicaciones, haciendo creer que le entendía, pero no me enteré. Así que, tras darle las gracias, puse toda mi atención en el siguiente regalo de la lista y, después de dar 17 vueltas (y creo que son pocas) con el carro del Hipercor, esquivar miles cientos de personas una y otra vez, soportar pisotones, empujones y llevarme una estructura de cajas de Lego por delante, me vi haciendo cola como una madrastra desconsolada y harta de la vida para preguntar a una dependienta por la tienda de campaña. 

 

Buscando la tienda de campaña

Mientras esperaba mi turno pensaba en cómo era mi vida antes, cuando el grueso de mis Reyes no estaba en la juguetería de El Corte Inglés. Creo que se me llenaron los ojos de lágrimas.

Diez minutos de estoica espera fueron suficientes para que llegara mi turno, momento en el que una señora rubia de unos sesenta me hizo un placaje con el móvil.

-¿Dónde está esto? -dijo a bocajarro, sin un «por favor» ni unos «buenos días» mientras me ponía en la cara un bolsazo de CH que costaba más que 27 estantes de juguetes.

-Disculpe, estaba antes la señora -dijo la dependienta

-Señorita -añadí con maldad mirando de reojo a la señora.

-Solo voy a hacer una pregunta… -me dijo la señora.

-Como yo… -solté con una sonrisa en los labios en una mezcla de madrastra coraje que lucha por el último juguete de su pequeñastra y mujer hasta las narices de juguetes y de señoras descaradas que se cuelan aprovechando su cierta edad.

Sonriente y educada pregunté por la tienda de campaña mientras la señora me miraba con ojos de creer que soy una estúpida.

Me dieron de nuevo unas indicaciones que, en todo caso, eran un acertijo, pero esta vez (por pudor) me propuse encontrarlo. Y así fue como mi chico me encontró dando vueltas como un tiovivo por el mismo pasillo y, hábilmente, se dirigió a donde estaba la tienda de campaña, la cual había visto a la primera. Quise llorar por segunda vez.

Buscando la Cajita de Pinturas

No teníamos el perrito, pero sí la tienda de campaña, una oca, un parchís y un ajedrez, así que, como una madrastra chunga e interesada, intenté convencer a mi chico de que ya era suficiente, de que tendría muchísimos regalos en las dos casas más los de sus tíos, los abuelos… pero no lo conseguí. Por este motivo decidí hacer cola para pagar la tienda de campaña y aislarme mientras él buscaba la cajita de pinturas (pintalabios, sombras… En fin). Mientras tanto el destino tuvo a bien sorprenderme con una Rapunzel que tenía un pelo larguísimo, como la de la peli, y que venía acompañada de un caballo. La cogí con una mezcla de alivio y algo más que no sé explicar, pero que no era bueno, y la metí en el carro. Llegado el momento de pagar: 80 euros las dos cosas. Dios mío de mi vida. Sufrí un micro infarto.

Nada más pagar vi a mi chico al fondo, entre el gentío, con cara descompuesta.

-No te lo vas a creer, ¡he encontrado una Rapunzel idéntica! Ya está todo. ¡Vámonos!

-No… queda la cajita de pinturas. No la encuentro, ¿dónde has dicho que estaba?

-Aquí

-¿Y por qué me mandas a la otra punta?

-¡Y yo qué sé! ¡Si voy a salir loca!

El alivio de haberla encontrado y haber cumplido nuestro objetivo nos animó a tomarnos el tema con filosofía y chuparnos de nuevo la cola. Claramente, de haber algo más en la lista, habríamos explotado.

 

¿Los envolvemos? Nah…

Salimos pitando de allí como alma que lleva al diablo, pero la mañana todavía no había terminado.

-¿Envolvemos los regalos?

-Ni de coña

-Bueno, pues tú, que tienes más cara, ve a por papel a la zona de envolver y mientras yo compro el carbón.

-WTF! 

Así fue como me vi en la cola de los envoltorios y, tras esperar un rato, fui ufana y decidida (como La Ratita Presumida) a coger algo de papel.

La tranquilidad del entorno, a pesar de las colas, fue un bálsamo y ahí me vi, enrollando y enrollando papel de regalo como si no hubiera un mañana. La gente me miraba, pero a mí me daba igual. Un metrito más y un metrito más… Hacer ese movimiento rítmico me proporcionaba tranquilidad.

Creo que llevaba unos 17 metros de papel, pero no me parecían suficientes. Y ahí seguí y seguí, totalmente absorta. Como el rollo grande me pareció muy grande, decidí coger también algo del mediano porque oye, nunca se sabe.

Cuando mi chico me vio con, probablemente, más de 50 o 60 metros de papel de regalo y la cara agotada pero satisfecha, me miró y empezó a partirse de risa. Y, ya contentos y relajados, compramos unos langostinos y nos fuimos a casa a terminar la cuarta temporada de Black Mirror.

 

Creo que comprar los reyes de esta niña ha sido lo más estresante que he hecho en toda mi vida. El próximo año compraremos todo por Amazon un mes antes.

 

Pd. De la Barbie Patinadora se encargan mis padres. A Dios gracias.

Otra Pd. Cuando me ponga intensa con post como la Carta de Sus Reyes Magos, me recordáis estas cosas.