Hoy es el Día de los Abuelos y voy a rendir un homenaje a mis padres, ¡hombre ya! Mis padres, que llevan toda su vida diciéndome que tener hijos no compensa, hasta que se han plantado a las puertas de los 60 sin nietos y con una nietastra y ahora parece ser que bueno, que tener hijos también tiene sus cosas buenas.

Lo de los abuelastros con los nietastros parece ser que es una epidemia: primero porque cada vez hay más abuelastros y abuelastras porque los divorcios están sube que te sube; y segundo, porque estamos hablando ya de abuelos modernos que acogen a los nietastros como si fueran suyos (aunque esto no sé si es una cuestión de “modernura” o de alienación nietastral).

 

La llegada de la nietastra

La llegada de mi Pequeña Dictadora a la vida de mis padres fue un punto de no retorno. Yo me resistía porque sabía lo que podía suponer, pero al final una tiene que claudicar y no le queda más remedio. Mi chico, sin embargo, no lo veía tan mal (hasta que ha visto lo que ha ocurrido y ahora está acojonado porque ve que como nos divorciemos mis padres piden horario de visitas también).

En definitiva: lo que ha ocurrido en casa de mis padres es que la nietastra ha llegado para poner todo del revés. Para muestra, os voy a contar lo que ocurre cuando le digo a mi madre que vamos a ir a visitarle y el jolgorio se apodera de ella.

 

«¿Qué va a comer la chica?»

Lo primero y más importante, y que pregunta al día siguiente de haberle dicho que vamos a ir (que es dos semanas antes de la visita) es:

¿Qué va a comer la chica?

Como si se tratara de una visita papal, mi madre quiere tener todo controlado y dispuesto para que su experiencia sea estupenda y quiera volver. Curiosamente siempre termina siendo lo mismo: sopa y lo que haga para nosotros, porque a mi hijastrita le chifla la sopa. Pero claro, también compra chuletas, las mejores, porque:

Viene Mi XXXX -le dice al carnicero

 

Porque esa es otra, ya es «Su XXXX».

 

Llegamos a casa y nos hacen un Ghosting

Cuando llegamos a casa ya nos están esperando en la puerta, no vaya a ser que pasemos de largo. Y, en cuanto aparcamos, tenemos el comité de bienvenida listo: mi madre, mi padre, mi hermano (que pasa de todo) y el perro haciéndonos las fiestas.

Confeti, globos, serpentinas (metafórico todo), y besos, besos, besos, ayquéguapa, ayquéalta, ayquélinda… Ay. Ay. Ay. Mi madre grita, el perro salta, mi hermano mira desde la distancia y mi padre se comporta. Todo en orden.

Todo eso mientras mi chico y yo bajamos del coche como si fuéramos una presencia-espiritual-no-extraña, pero casi, a la que saludan por cortesía antes de que mi madre coja a la niña por banda y se la lleve a enseñarle los regalos que tiene preparados.

 

Besos, abrazos y achuchones

Mi madre siempre ha sido una mujer castellana, seca como el frío de Soria, pero a la niña (y al perro también) le da todos los besos que no nos ha dado jamás a nosotros porque si hay algo que le cueste en este mundo a mi madre, es darnos un beso (no porque no lo sienta, porque ahora es cuando lo lee y se enfada, sino porque le da vergüenza y porque el castellanismo es así).

El caso es que todos los besos que no nos ha dado a nosotros y todas las gilipolleces que no ha hecho con sus hijos las está haciendo con la nietastra.

Yo la miro y no la reconozco, pero bueno, me gusta. Me gusta y me río, sobre todo cuando coge a la niña, que quiere estar por ahí matando la mona, y se empeña en sentársela encima mientras mi Pequeña Dictadora se revuelve como una lagartija hasta que claudica y comprende que con mi madre no hay nada que hacer. Y no solo eso, sino que sabe que es la señora que le compra un montón de regalos, por lo que tiene que tenerla contenta porque, si algo es mi hijastrita además de monísima, es interesada igual que la madre que la parió.

 

Te quitan la autoridad a lo loco

Y, si hay algo que tienen en común abuelastros y abuelos, es que te quitan la autoridad a lo loco. Y si tú le dices a la niña que no haga algo, viene tu madre y te dice que “anda, anda, anda, y qué de malo hay en eso”; y que si su padre le dice la niña que tiene que dar las gracias, llega tu madre y dice: “no hace falta, ¿verdad que no?” y entonces es cuando tienes que decidir si echarle la peta o decir eso de: “Bueno, un día es un día”.

 

 

En fin, lo de los abuelastros es un caso de estudio porque si los abuelos son consentidores de por sí, cuando el nieto no es propio, todo se intensifica. Sobre todo si es el primero y porque, al fin y al cabo, los abuelastros están para eso, para consentir y para que el niño esté contento y quiera a su hija, que bastante tiene con ser la madrastra.

 

¡Feliz Día de los Abuelastros!