Tener la custodia exclusiva o impedir la custodia compartida (o al revés, impedir la custodia exclusiva o tener la custodia compartida) suele ser el origen de la mayor parte de las batallas que se inician en un divorcio con hijos.

¿Quién se queda con los hijos? ¿Quién se beneficia del domicilio familiar? ¿Quién sale de casa? ¿Quién pasa la pensión?

Si os dais cuenta, cuando se plantean estas cuestiones los sujetos de la oración siempre son los progenitores. Y alrededor de esto gira toda la batalla: las denuncias, los insultos, los psicólogos, las tretas…

Sin embargo, olvidamos una cosa:

La custodia no es un derecho de los progenitores, sino de los hijos.

La custodia de los hijos no tiene como objetivo premiar al padre o la madre más sacrificado durante el matrimonio. Permitidme que diga que me da igual quién de los dos haya llevado al hijo con más asiduidad al pediatra; o que no me importe si sabes o no cuál es su comida favorita o qué número de pie calza. No creo que esto deba dar puntos a favor.

Me parece tan irrelevante como si centramos el debate en ver quién de los dos ha garantizado los recursos económicos para que se compren las medicinas que prescribe ese pediatra; o quién pone la pasta para comprar ese salchichón que tanto le gusta; o quién se levanta a las 5 de la mañana para que le puedan comprar esos zapatos, calce el 23 o el 27. No creo que esto deba dar puntos a favor.

Cuando tienes un hijo llegas a unos acuerdos respecto a su crianza y manutención. Y, en ese marco, probablemente cada uno haga lo que pueda. Unas veces acierte y otras se equivoque; unas se deje la piel y otras intente escaquearse; unas sacrifique unas cosas y otras, otras diferentes. E igual de difícil es que una parte pueda estar trabajando si tiene que llevarlo al médico como que otra parte pueda estar comprándole unos zapatos si tiene que trabajar hasta las 9 de la noche. Ninguna de las dos partes tiene más mérito y creo que todos somos conscientes de los problemas que conlleva la conciliación y los derechos laborales en este sentido.

Y digo esto porque sí, sacrificar tu trabajo por criar a tus hijos es un precio alto. Pero sacrificar ver crecer a tus hijos por tener que trabajar 12 horas al día, también lo es. Y del mismo modo que una parte no puede echarle en cara a la otra que no se levante a las 5 de la mañana para trabajar fuera de casa porque está cuidando a los hijos y se puede levantar a las 7; la otra no puede echar en cara que no le lleve al pediatra por estar currando y no sabe cómo se llama el doctor. Ambas partes hacen un sacrificio.

Con el divorcio llega la lucha por la custodia

Sin embargo, cuando llega el divorcio, nos encontramos con que unos sacrificios puntúan más que otros. Y nos ponemos a hacer un duelo de sacrificados a ver cuál de los dos ha sido más desgraciado durante el matrimonio; o más irresponsable; o más dejado con los hijos; o más negligente en su conducta familiar. Y cuál ha puesto más de su parte y resulta ser más agraviado. Y con base a esto repartimos premios y castigos. Todo esto en un ambiente enrarecido y doloroso porque estás rompiendo una relación y, probablemente, estés pasando por uno de los peores momentos de tu vida. Así que sí, todo apunta a que vamos a ser muy objetivos, ecuánimes y racionales.

Y, en esa lucha, olvidamos que la custodia no representa sino el derecho de los hijos a que se garantice el vínculo con ambos progenitores. El derecho a ver por igual al que volvía a casa a las 21 h y que, probablemente preferiría volver a las 18h y bajarlo al parque; que al que trabajaba en casa y, probablemente, preferiría trabajar fuera y levantarse a las 5 porque se le cae la casa encima. El derecho a que el que abandona la casa no pase a ser una persona a la que visitas una tarde a la semana, sino que siga siendo tu padre o tu madre en el sentido más amplio del término. Ninguno quiere más que el otro a sus hijos; y sus hijos, probablemente, no quieran a uno más que a otro (si se les permite).

¿Quién es más importante, Papá o Mamá?

Probablemente, si ante un divorcio les preguntáramos a los hijos qué papel de los que han desempeñado sus padres durante el matrimonio consideran más importante, no sabrían responder. No sabrían decir si es más importante saber cuál es su salchichón favorito o que puedan comprar ese salchichón que tanto les gusta; o que a priori sepan de antemano qué número calzan o que pueden ir o no calzados.

En cualquier caso, llegamos a ser tan nocivos y descarnados que nos es más fácil hacerles responder a quién prefieren dejar de ver a diario para pasar a verle un rato los martes y dos findes al mes.

Y todo esto lo hacemos porque resulta que hemos decidido que sí, que nos separamos y que, como padre o madre preferimos que se fastidien nuestros hijos porque ¿para qué van a ver a ese ser inmundo del que me estoy separando más de los necesario si pueden dejar de verle y yo de tenerle presente en mi vida? Total, yo me sacrifico mucho bajándolos al parque o currando desde temprano, pero no pienso pasar por el sacrificio de que mi hijo vea a esa persona más de lo estrictamente necesario (para mí, claro).

En fin, cuando escucho decir que alguien merece la custodia exclusiva porque se ha sacrificado más por sus hijos, me pregunto por qué narices, si implica tal sacrificio, quiere seguir sacrificándose en exclusiva.

Quizás si pensáramos más en nuestros hijos cuando nos divorciamos y menos en la casa, en el coche o en la pensión, tendríamos más niños que crecerían con un vínculo fuerte y sano con ambos progenitores. Porque estoy segura que, pasados los primeros momentos de dolor, todos somos capaces de tomar distancia, empatizar con nuestros hijos y ver nos necesitan a los dos por igual, pongamos el dinero para comprar el salchichón o traigamos su favorito para merendar.

Dicho esto, la custodia exclusiva nunca nunca nunca es una victoria para los hijos. Es el resultado del fracaso de los progenitores (salvo en ocasiones contadas en las que no hay más remedio).