Ser madrastra y querer hacer las cosas bien suelen ir de la mano. No es fácil verte envuelta en un percal de estas características de la noche a la mañana.

Todavía recuerdo la tarde en la que, muy al principio y a contrarreloj, tuve que recorrerme de punta a punta el que quizás sea el Hipercor más grande y laberíntico de Madrid. Lo hice con mis sandalias de taconazo mientras buscaba unos quesitos, que hasta entonces no sabía ni que existían, para que merendara:

 

-¡Oiga! Sí… Busco unos quesitos que van en un vasito, que es queso medio fundido y se comen con unos palitos que se untan… Y llevan dibujado una vaca.

 

Aunque no lo creáis, encontré los quesitos y llegué a tiempo e ilesa para llevárselos a la peque. Esta es una de las cosas que le contaré cuando sea adolescente y me repudie.

También le contaré que una tarde de junio, sin comerlo ni beberlo, me vi en un corral de cabras en el zoo con mis sandalias de 150 euros y mi minifalda de seda, a la que las cabras le daban bocados mientras su padre y ella huía de las cabritas al grito de:

-¡Que nos cabran! ¡Que nos cabran!

Mientras, yo les daba coces disimulada y sutilmente para que dejaran de chuparme los dedos de los pies y no se me pegara la arena del corral… ni las cacas.

Otra cosa que le contaré cuando me mande a tomar viento.

Madrastra frustrada: haces lo mismo, pero como si no lo hicieras

Os cuento todo esto porque hoy quiero hablar de algo que siempre tengo en mente: los sacrificios que hago, y que los hago gustosa, vaya por delante (aunque a veces pondría una bomba de hidrógeno, vaya por delante del anterior delante). Vaya también por delante de los dos «delantes» anteriores que lo anterior no lo considero sacrificios, simplemente es por ponerle humor al tema.

Dicho esto: las madrastras también hacemos sacrificios (muy parecidos a los de las madres o los padres, porque al final son sacrificios derivados del día a día y de la convivencia), pero no suelen estar tan bien valorados, ni son tan reconocidos, ni nos dan el título (ni mucho menos una camiseta) de SuperWoman-SuperMamá (porque ahora resulta que solo eres una superwoman si has parido y vas de cabeza por la vida. Si no has parido y vas de cabeza, no tienes el título).

Todo esto (que me voy de un lado para otro) lo pensaba el otro día, cuando me desperté a las 4 am para llevar a mi pequeña mandoncilla a hacer pis (porque solemos turnarnos) y me la encontré tapadita, empapada y dormidita sobre su charquito de pis.

La limpié, la mudé, la llevé a hacer pis (que no lo hizo porque se había meado para siete lustros), la llevé a nuestra cama…  y ya no volví a dormirme.

No volví a dormirme porque me había desvelado y porque es imposible dormir cuando tu hijastra te coge la mano y te la retuerce para ponérsela sobre su pecho y cerciorarse de que no te vas, ni te mueves, ni respiras (en parte no te mueves ni respiras porque te embobas sintiéndole el corazón, pero también es cierto que no te deja).

Y así, con su manita retorcida en señal de dominación, con sus puñetazos, con sus pataditas, con sus pedos, con su naricilla pegándose a la mía, me lié a pensar en su madre, que nos dio una semana morrocotuda; en que tenía que dejarla en el cole esquivándola; en si todo esto merecía la pena…

 

Madrastra frustrada: todo da igual

Pero terminé concluyendo que todo daba igual. Que pasara lo que pasara e hiciera lo que hiciera, todo daría igual. Quizás no para ella, pero sí para su madre, que es al final quien más quebraderos de cabeza nos está dando y para quien todo lo hacemos mal.

Da igual que intentes dejarte la piel para que su hija esté cómoda y contenta contigo porque si está contenta contigo, estará contenta la mitad de los días. Da igual porque ella no quiere que esté contenta con nadie más que no sea con ella.

Da igual que intentes que tenga buenos sentimientos hacia ella porque ella siempre creerá que hacemos lo contrario (quizás porque sea la única forma de proceder que conozca).

Da igual que te levantes a las 4, a las 5 y a las 6 de la mañana para que vaya a hacer pis o para ponerle el termómetro o para darle el Apiretal y que esté lo mejor posible porque, para ella, lo importante será encontrar un hueco para atizarle al padre.

Da igual que le hagas un disfraz de la leche y que se vaya contentísima al cole porque, para ella, será una putada que no sea ella la única que pueda hacerlo.

Da igual que intentes peinarla bonitísima para ir al cole, porque sabes que su madre le deshará las coletas en cuanto la vea porque eso le fastidia.

Da igual que dejes la vida haciéndole un pescado perfecto (muy difícil teniendo en cuenta que hasta hace dos días eras una soltera con vida disoluta que no ponía una sartén ni loca) porque para su madre habrá comido hamburguesa del McDonald´s.

Da igual que te vayas antes al curro para poder salir antes e ir a recogerla, porque para su madre seguirás siendo la misma mierda.

En definitiva, da igual lo que hagas porque nunca será suficiente, ni lo harás porque sí, sino con otra intención. Es más, tus logros, valdrán cero; tus errores, contarán como 100.

 

Truco para superar la frustración de la madrastra

La vida de la madrastra es muy desagradecida de por sí. En alguna ocasión he dicho que, en vez de madrastras malvadas, solemos ser madrastras pringadas.

Por eso, en mi opinión, lo más importante para evitar la frustración es hacer las cosas porque crees que tienes que hacerlas así. Sin esperar reconocimientos sociales ni camisetas de SuperWoman-SuperMamá; sin esperar que en un momento determinado las cosas vayan a cambiar; sin perder de vista que eso que te está costando tanto conseguir, te lo pueden echar en cara mañana mismo una y la otra.

Vas a hacer las mismas cosas que su madre, te llevarás los mismos buenos momentos (o muy parecidos) y también los mismos disgustos, pero ni tus sacrificios serán tan sacrificados como los de ella; ni tus logros serán tan logrados como los suyos.

Por eso, si sientes esa frustración, Keep Calm y haz las cosas bien. Haz todas aquellas cosas que te dejen dormir tranquila por las noches y que, si te quitan el sueño, no sea porque lo estás haciendo mal, sino porque lo estás haciendo lo mejor que puedes, que sabes y que te dejan.

Porque, al final, tanto lo tuyo como lo suyo es una cuestión de valores.