Sí, voy a hablar de alienación parental otra vez. Ya sé que hay quien dice que no existe, que es un invento, que es un concepto súuuuuper machista; pero según la RAE hoy voy a hablar, por definición, de eso. En cualquier caso, si no gusta, podemos cambiar el término a Interferencia Parental, que es exactamente lo mismo, pero con un poquito de azúcar.

Veréis, hace unos días mi pareja llegó a casa con la cara desencajada. Venía de la sesión de mi hijastrita con la psicóloga y yo sabía que había pasado algo. Le hice mil preguntas: ¿qué ha pasado? ¿Ha dicho algo de nosotros?¿Te han dicho algo grave?… Pero él insistía en que estaba todo bien, en que no había pasado nada… y ponía esa cara de disimulo que, tras muchos años juntos, sé que esconde un: «estoy muy jodido».

Aun así, no me dijo nada. Se calló. Los días pasaron y yo dejé de preguntarle aunque sabía que me escondía algo para no preocuparme y, sobre todo, para que yo no variara ni un ápice mi comportamiento con la peque y que ella no percibiera nada. Así que dejé apartado el tema y confié en su silencio.

Sin embargo, hace un par de días descubrí el pastel y el pastel no era otro que el hecho de que había estallado la bomba. Mi hijastra entró ese día en la consulta y, ante los buenos días de la psicóloga, vomitó como un papagayo una retahíla que dejó tanto a la interventora como a él sin respiración:

Papá es malo, mamá es buena. Papá me pega, papá me toca… Papá pega a mamá… Mamá y yo somos sentimos lo mismo

La psicóloga, alucinada por lo que estaba escuchando, le pidió que le aclarara esto y otras cosas, intentando reconducirla con una argumentación adaptada a su edad.

En definitiva, la niña hizo lo que cualquier especialista de psicología forense dice que hace un niño manipulado (ya sea por el padre o por la madre). O lo que es lo mismo: un niño que sufre maltrato psicológico por parte de alguno de sus progenitores.

Mi chico escuchaba desde fuera. Todavía era verano y la mayor parte del centro estaba de vacaciones, por lo que, en el silencio del edificio, pudo escuchar la reunión con total claridad. Según me ha contado, estaba asustado, aterrorizado… Sabía que la peque estaba mal, pero no hasta ese punto.

7 años de lucha judicial, gritando en el desierto

Esto ha hecho que terminen de estallar las alarmas. Unas alarmas que llevamos casi siete años intentando que salten sin ningún tipo de respuesta a nivel judicial más que golpes.

Golpes por parte de los equipos psicosociales, que a pesar de todo lo que vieron y lo que aportamos, consideraban que sí, que la madre era un poco paranoica, pero que estaba capacitada. Y que, por otro lado, ¿con quién va estar mejor una niña que con su madre?

Golpes por parte de la fiscal del Juzgado de Familia, que ni siquiera pedía la declaración de nuestros testigos ni siquiera de mi pareja como acusación particular, «porque una madre no puede hacer eso y eso no es más que un conflicto entre progenitores».

Golpes por parte del juez del Juzgado de Familia que, en vez de celebrar y responder diligentemente ante modificaciones de medidas, medidas cautelares urgentes… prefería forzar acuerdos coaccionando a las partes porque, ya puestos, vamos a contarlo todo.

Golpes por parte de servicios sociales que han tenido que estar tres años con nosotros para ver que la niña está en riesgo por parte de su madre y que no hay forma humana de reconducirlo. Aunque tengo que reconocer que últimamente se están volcando con el caso y son un gran apoyo, pero nos ponemos de perfil, no sea que nos acusen de infieles al sistema.

Golpes por parte de diferentes organismos de Protección a las víctimas de VG que, desconocedores de nuestra situación, no me cabe duda, daban credibilidad a una persona muy entrenada que se presentaba como madre coraje y mujer maltratada, abriendo nuevas intervenciones a raíz de su relato. Emborronando, en definitiva, el proceso y dilatándolo en el tiempo.

En conclusión, seis años de golpes, golpes, golpes y más golpes.

Ahora todos los astros se han alineado: Servicios Sociales, Salud Mental, Fiscalía de Menores… y por fin parece que nos han escuchado, han puesto interés y han visto que sí, que la niña está en riesgo y hay que actuar rápidamente. Pero claro, ahora igual ya es tarde.

Una menor destrozada

Ahora lo que tenemos delante es una niña destrozada. Una niña que no sabe quién es, ni lo que quiere, ni a quién puede querer.

Una niña con un conflicto de lealtades brutal y que habla con miedo porque no sabe si lo que va a decir puede decirlo o si va a estar traicionando a su madre. Una niña que no es capaz de tener el más mínimo gesto de cariño hacia su padre.

Una niña que es una auténtica piedra sobre la que resbalan las palabras (ya sea una reprimenda, unas palabras de cariño, un te quiero, una felicitación…) sin hacer la más mínima señal; sin penetrar; sin conmoverla. Una niña que dice abiertamente que sí, que es feliz; pero que, en realidad, está más veces triste que feliz.

Una niña que no puede hablar de su hermano en casa de su madre porque el entorno de su madre «solo sabe que existe». Una niña que tiene unos cambios de humor que desesperan y te hacen estallar, pero que solo son la señal de un interior arrasado y devastado.

Una niña que no ha recibido en los casi siete últimos años la ayuda que debería y el amparo que le corresponde por parte del Sistema, esas instituciones que deberían velar por ella. Una niña que ha visto cómo el Interés del Menor como Interés Superior es una auténtica falacia. Que la Declaración de los Derechos del Niño, se queda en papel mojado.

Una niña que llega a forzarse a comer cosas que le repugnan por el simple hecho de que a su madre le encantan y no concibe que a ella no.

Una niña, en definitiva, que ha sufrido la perversión de un sistema en el que, al parecer, un menor no puede ser maltratado por su madre. Un sistema que funciona como un reloj y se desvive cuando los menores sufren el maltrato del padre; pero que se convierte en un agujero negro cuando es la madre quien ejerce ese maltrato.

Un sistema en el que hablas de Alienación Parental o Interferencia Parental y te arrancan la piel a tiras, poniéndote una cruz para siempre sin pensar que quizás ese niño o esa niña está sufriendo.

Ahora, tras casi siete años de lucha, ya tenemos todos los actores sociales a nuestro favor. Ya se han puesto las pilas. Ya se muestran todos muy preocupados por la niña, pero hasta ahora hemos tenido que dejarnos la piel en el camino; especialmente su padre, que ha vivido estos últimos años dedicado en cuerpo y alma a su hija y a hacer frente a un proceso agotador. Que ha tenido la suerte de poder permitírselo económica y laboralmente, pero que no es en absoluto abordable ni accesible para todo el mundo.

Espero que no hayamos llegado tarde y, ya que entre todos le hemos jodido la infancia, lleguemos a tiempo para adecentarle el resto de su vida; ayudarle a que esté más días feliz que triste; a que pueda hablar y sentir sin miedo a traicionar a nadie; y, ante todo, a que descubra que no, que para nada es la misma persona que mamá ni tiene que odiar a quien ella odia, sino que es un ser humano individual con sus derechos y sus libertades.

¡Fuerza, bonitina!