Hoy quiero hacer un post diferente. A veces, cuando escribo cómo actuamos en nuestro día a día, hay personas que se sienten mal porque piensa que ellos lo están haciendo mal; otras me dicen que me admiran porque no se ven capaz; otras se muestran críticos porque piensan que tenemos un buenismo que no tiene sentido; otras, supongo que desde su dolor, nos dicen que da lo mismo porque nos va a terminar mandado a tomar viento y que estamos haciendo el gilipollas…
Hoy quiero explicar por qué actúo como actúo porque, en principio, yo no tendría por qué soportar esto, pero lo hago.
Dos motivos: dos compromisos
Los motivos por los que yo actúo así van más allá del amor que yo sienta por mi hijastra que, conociéndola desde los tres años y habiendo participado tanto en su crianza, es mucho y muy bonito.
El compromiso conmigo misma
En primer lugar, lo hago por un compromiso conmigo misma. Siempre he dicho que todos tenemos la posibilidad de cambiar el mundo. Cambiar el mundo no implica tener que hacer grandes cosas porque «el mundo», en la mayor parte de las ocasiones, es «nuestro mundo», nuestro día a día, nuestra realidad cotidiana. No hace falta descubrir un fármaco revolucionario para cambiar el mundo.
Cada pequeño gesto con alguien supone un cambio en el mundo de esa persona. Una sonrisa es un cambio que suma; un grito, es un cambio que resta. Y cada uno debemos decidir cómo queremos cambiar el mundo de la gente que nos rodea: si cedemos el ascensor a una persona; si declinamos algo con una sonrisa y educadamente aunque estemos enfadados y lo que nos apetezca, en realidad, sea responder con un bufido… Son pequeñas elecciones, a bien o a mal, que no solo cambian el mundo de los demás, sino también el nuestro propio.
Esto es algo que, sin saberlo, me ha enseñado mi marido a lo largo de nuestra relación. Él es una persona con un gran sentido del humor y, a lo largo de todos estos años, he observado que cuando yo, en mi a veces desesperante despiste, he ido haciendo cosas que a él le molestaban, siempre me lo ha dicho con una sonrisa. En vez de quejarse e incluso enfadarse (motivos tiene) porque las he hecho una y otra vez y otra vez y otra vez, siempre ha buscado el humor para recordarme que, una vez más, lo he vuelto a hacer. Y eso, lejos de generar un conflicto entre nosotros, ha generado un momento de risas. Y es que mi marido es así: cambia a mejor la vida de la gente que le rodea.
En este sentido, hace tiempo que yo tengo el compromiso conmigo misma de, si está en mi mano, hacer más fácil la vida de la gente que tengo a mi alrededor, la conozca o no la conozca. Y, a veces, eso pasa por cosas tan sencillas como acompañar a alguien a la marquesina correcta si veo que con mis indicaciones no se entera.
Teniendo esto en cuenta, también trato de hacerle la vida un poquito más dulce a mi hijastra, algo que no siempre es fácil. Hace tiempo que asumí que yo no puedo cambiar el fondo del asunto. No puedo evitar que SMQSY actúe como lo hace; no puedo evitar que mi hijastra vuelva enfadada y retadora tras pasar el finde con su madre; no puedo evitar que crea que han ocurrido cosas que jamás han ocurrido; no puedo evitar que, quizás mañana, termine en un nuevo médico mientras su madre dice barbaridades para que pongan una nueva denuncia. Esa es la realidad y me ha costado aceptarla porque a veces sentimos la necesidad de salvar a los demás de cosas que no están en nuestra mano. Pero sí está en mi mano hacer su vida más fácil y, lo que es más importante, hacerla más fácil en los momentos en los que ella más lo necesita, que son los más complicados y en los que a mí me apetece estallar porque siento que no aguanto más.
Hacerle la vida más fácil cuando está feliz y contenta no requiere mucho esfuerzo porque, en esos momentos, es cuando ella nos facilita a nosotros la vida: colabora, ayuda, sonríe, te mira con complicidad… El problema está cuando miente, o hace comentarios que están fuera de lugar, o te echa en cara barbaridades que nunca has hecho, o ves que tiene un comportamiento extraño y no sabes qué hacer, o viene de pasar un puente con su madre y no te habla y, si lo hace, te trata como si fueras un estorbo, o como si le dieras asco. Y es ahí cuando yo intento «cambiar» su vida.
No os voy a engañar si os digo que hay días que me apetece gritar, que me apetece decirle todo lo que pienso, que me apetece desahogarme y que salga por mi boca todo lo que me callo y mostrarle la realidad que no conoce. Pero eso es lo que me apetece a mí, no lo que ella necesita. Por eso prefiero responder con paciencia, con cariño, poniéndome en su lugar. Y si viene enfadada con su padre porque su madre le ha contado cualquier cosa, en vez de responder igual, mostrarle que aquí no se le va a hablar mal de su madre; y que hay otra forma de abordar el enfado, la ira o la frustración. Y si responde mal, respirar antes de contestarle yo peor porque estoy harta y no aguanto más, esperar a que vea que hay otras formas más sanas de hablar a los demás. Y si le han dicho que aquí no la queremos, mostrarle cada día, en esos pequeños gestos, que eso no es así. Que no solo la queremos, sino que la cuidamos y la respetamos. O, por ejemplo, echar mano del humor porque la risa es lo único capaz de rescatarnos incluso en los momentos más complicados.
Sé que ahora no lo va a valorar ni lo va a comprender, pero sí lo va a sentir. Y tengo el compromiso conmigo misma de intentar cambiar su mundo desde las pequeñas cosas. Esos pequeños gestos que, cuando los haces bien, pasan casi inadvertidos para el otro porque todo fluye y no se da cuenta; pero que cuando los haces mal, terminan en un cúmulo de cosas que acaba por dinamitándolo todo.
El compromiso con mi hijo
Por otro lado, desde que soy madre, he adquirido un compromiso con mi hijo: intentar que se críe en un entorno sano. Esto es algo que me ha preocupado mucho desde el principio: ¿qué pasará cuando vea que su hermana habla así de su padre? ¿Qué dirá cuando vea que su hermana me grita? ¿Cuánto sufrirá si algún día su hermana no quiere venir a casa y no puede verla? Supongo que otras madres o padres comprenderán esto que estoy diciendo.
Al igual que comentaba antes, hay muchas cosas que yo no puedo controlar: no puedo controlar que su hermana grite o que no le hable a su padre o que diga, en un momento dado, que su padre le pegaba cuando tenía un añito y que se acuerda; o que le hable mal de mí a su hermano. Pero sí puedo controlar cómo reacciono yo y qué ejemplo le doy a mi hijo con cada una de mis reacciones.
Y sí puedo mostrarle que cuando estamos enfadados, a pesar de todo, tenemos la capacidad de elegir cómo responder al otro; y que, cuando estamos dolidos, debemos pedir respeto y marcar límites al otro, pero desde el respeto; o que estar enfadado con el otro no significa dejar de quererle; ni que perdonar significa no poner límites y dejar que te machaquen…
Y todo eso es un compromiso que he adquirido como madre porque sé que nos está observando constantemente. Observa a su hermana, observa a su padre y me observa a mí. Y, al final, todo funciona como una cadena: si nosotros, los adultos, actuamos así, destensamos nuestro día a día. Si destensamos nuestro día a día, los niños están en un ambiente más equilibrado. Si ellos están en un ambiente más equilibrado, las cosas fluyen y somos capaces de afrontar mejor y con más tranquilidad las interferencias que vienen de fuera y también los problemas que surgen en casa. En definitiva, todo funciona mejor.
No sé si es buenismo…
No sé si esto es una cuestión de buenismo o no. Obviamente, tenemos unas directrices en cuanto a la gestión de conflictos que nos ha marcado una especialista en interferencias parentales, pero el trasfondo es elección nuestra y se lleva a cabo, en mi caso, desde estos dos compromisos. Obviamente, muchas veces lo hago mal y no me flagelo por ello. Le pido perdón, le explico por qué he hecho eso y se soluciona.
Pero sí quiero que mis niños aprendan eso: que ante cualquier situación, por dura y desesperante que sea, siempre tenemos la oportunidad de elegir cómo de bien o de mal hacer las cosas. Y también que todos tenemos la posibilidad de cambiar a mejor el mundo de las personas que nos rodean con cositas tan tan tan pequeñas como una sonrisa a tiempo.
Y en eso estamos.
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